Super Mario Bros

Quiero vanagloriarme de mi recientemente descubierta habilidad para la plomería: esta mañana reparé sin experiencia y sin ayuda el desagote del lavatorio del baño. Pero, claro, me sentiría mucho más orgullosa si la reparación no hubiera tenido lugar luego de que lo hubiera roto yo misma, en uno de mis prototípicos arranques de neurosis obsesiva, al destornillar la rejilla en busca de un mejor acceso para una limpieza "profunda". De hecho, me sentiría satisfecha de mi esmerada pulcritud si no hubiera decidido abocarme a limpiar en profundidad en casa en lugar salir a presentar mi (definitiva, lo juro, lo juro) renuncia a mi ex trabajo.

La mala hora (versión Alfredo Casero)

"A veces me cruzo con veinte gatos negros. Y les sonrío.
A veces juego a tirarle piedras a todos los espejos. Con excelente puntería.
Quince semanas del año tienen un martes 13. Las paso siempre en bote, o casándome los dedos contra la puerta...
Sufro súbitamente de parkinson cuando tengo a mano un salero. Y cuando quiero tirar la sal por el hombro izquierdo, descubro con pavor que me he vuelto repentinamente disléxica.
Salgo de mi casa atravesando un túnel de escaleras. Ya ni las esquivo.
Sueño sueños oscuros, tenebrosos, donde no existe la aritmética. (Ni proezas quinieleras me consuelan).
De improviso, de tanto en tanto, me sorprendo repitiendo nombres mufa en letanía.No es valentía, no.
No es confianza en la buena fortuna. Es la estúpida sensación de que las cosas no pueden ser peores, justo antes de que se largue la tormenta.
Hoy caminaba despacio bajo la lluvia. Sin paraguas. Sin abrigo. Sola. Escuchando en mi cabeza un coro de voces, todas mías, sólo para que un segundo después se apagaran dejándome más sola todavía. Con el murmullo continuo de la lluvia. Tan triste, ya sin ganas de escuchar más mis mentiras. Ya sin fuerzas para inventarme una historia entretenida. Nada. La nada misma. Una vez más.
¿Qué es lo que se pierde cuando ya no queda nada por perder? ¿Cuándo ya no queda nada? Nada. La nada misma. La misma nada. Una y otra vez.
¿Qué es lo que queda cuando ya no queda nada? Nada."


Hace casi dos años publicaba esto en el viejo blog. Me asustó encontrarlo, porque hoy siento algo bastante parecido. El único problema es que me cuesta no reírme, aunque sea un poco, del efecto "drama".

Maldito el día en que incorporé nuevas condiciones de reconocimiento... Ya no puedo caer libremente en la tragedia, calculo que mi vida terminará conviertiéndose definitivamente en una parodia. Me vendría bien, de vez en cuando, si no una comedia romántica, ¡al menos un relato costumbrista!

Mi nombre no es Earl, pero…

No tengo del todo claro cuál es la fuerza superior que organiza el equilibrio del universo, pero estoy convencida de que el universo tiende al equilibrio. Por ejemplo, para que en el mundo haya un selectísimo grupo de personas interesantes, tiene que haber un batallón de idiotas con los que lidiar en el día a día… El mismo razonamiento se aplica las personas buenas, a las bellas y a las inteligentes (no hablemos ya de las “todas las anteriores”).

Nuevamente, no tengo claro cuál es el ente, o el ser (¿o el Ser?) que se ocupa de garantizar el equilibrio universal, pero estoy segura de que tiene algo que ver con esta ciudad. Buenos Aires es las más de las veces la encargada de mi karma personal, y como tal, de asignarle castigos y recompensas a mis acciones y elecciones, aunque algunos se empeñen en atribuirlo a la casualidad. Valgan dos ejemplos.

Decidida a cumplir con una formalidad que me obliga a acercarme al microcentro en plena vorágine oficinística, la ciudad siempre se encarga de regalarme un nuevo encuentro con uno de mis freaks urbanos favoritos, la estatua viviente y su maravillosa celebración de la Nada. Esta vez, como premio especial, la estatua no era la momia blanca, Carlitos Gardel o el GI Joe que otras veces me han deleitado. Era Edward Scissorhands, el mismísimo Joven Manos de Tijera, con todo el esplendor de su melancolía burtoniana.

Pero, una de cal y una de arena, apenas dos días después, como castigo a mi tendencia permanente a la procrastinación tuve que tomar un taxi. Además de la abrumadora cantidad de dinero que debí pagar para expiar mi habitual culpa de impuntualidad, el señor tachero me castigó todo el viaje con un cd de Grandes Éxitos de Ricardo Arjona, que cada tanto tarareaba. Para colmo, los pocos momentos en que se resignaba a bajar el volumen del estéreo era para discutir acaloradamente por celular mientras manejaba a 100 por hora por la General Paz sosteniendo apenas el volante con la yema del dedo anular…

Genoma retórico o "Lo que se hereda no se roba"

Para que se comprenda de dónde viene mi notable veta de Drama Queen

Hablo con Madre por teléfono, le reclamo por una cuestión familiar que está evitando resolver desde hace unos 8 años (que implicaría tomar una pequeñísima decisión operativa sobre ciertos bienes ¡muebles! que impiden la correcta utilización de un inmueble que pertenece a mi señor padre pero que usufructa su señora madre, es decir, mi abuela) para evitar la confrontación con un sector francamente no querido de la familia paterna (que mi madre llama nuestra “familia política”, olvidando que es, lamentablemente, la familia "sanguínea" de su marido y, consecuentemente, de sus hijos), con el que viene posponiendo una confrontación de mayor escala desde hace aproximadamente 20 años (aunque la solución no reviste complejidad mayor que negociar las condiciones de firma de un par de documentos legales).

Cuando objeto que sea incapaz de defender sus propios intereses, dado que permanece en la más abyecta de las apatías, sólo atina a responderme (intentaré reproducir el tono melodramático): “¿Pero qué máaaaaaaaaaaaaaaaas queréesssssssssssssss que haaaaaaaaagaa? Sólo me queda por hacer lo que hizo el abuelo…” “Lo que hizo el abuelo” es el fantástico eufemismo utilizado por Madre para aludir a la personalísima manera en que mi abuelo materno decidió abandonar esta vida. Para utilizar mi eufemismo personal, fue su pequeño homenaje a Durkheim… A ver si nos entendemos. Cuando le demando a Madre que abandone el letargo y actúe, el único acto que concibe es una (apócrifa) amenaza de suicidio…

Me tomó años de terapia desmontar este mecanismo perverso de Santa Madre Mártir. Pero hoy, por primera vez, pude no sólo revertirlo argumentativamente (en un impensado revés le agradecí por aconsejarle a su hija que cuando las cosas se ponen difíciles la solución es atentar contra la propia vida), sino que tomando distancia, hasta pude encontrarle la gracia. De hecho, me sigo riendo mientras trato de reproducirlo. Y creo que si me río es porque estoy entendiendo qué me vienen queriendo decir varios referentes mucho muy queridos cuando me instan a abandonar mis desproporcionadas dosis de dramatismo. Para decirlo de otro modo, acabo de reducir un incómodo tópico del estilo familiar al efecto indudablemente cómico del abuso del recurso hiperbólico.

Delicias de la (in)comunicación

Hace poco leí en el blog paralelo de una de mis ¿bloggers? favoritas una entrada sobre un mail que llegó a su casilla producto de una confusión del remitente. Lo aclaro para descartar un bochornoso plagio al contar lo que sigue.

Ayer recibí un mail con un documento adjunto sobre los miembros del club de un afamado matutito porteño que asistieron el mes pasado a un restaurant que ofrece descuentos a ese selecto grupo de asociados. Por si hace falta aclararlo, no era en absoluto destinataria de tal correo.

Como si fuera poco, hoy recibo la amable respuesta de la asistente de la encargada del área de promociones del mentado club que se dirige a mi con un nombre masculino (el del verdadero destinatario) dándome todavía más información privada.

Me limité a responderle:

"Hola XX:
No soy XY, ni XX, no trabajo en el Restaurant X, ni soy socia del Club XX XXXXXX.
¿Por qué me están llegando estos mensajes? No tengo la menor idea.
Te aviso para no seguir recibiendo información de terceros que, asumo, ha de ser confidencial.
Saludos,
Capital letter."


Hasta aquí, sólo una anécdota graciosa. El único problema es que no puedo dejar de pensar en la cantidad de entidades que tienen mis datos y que pueden estar desperdigándolos aquí y allá por error. Tengo la intimidad hecha pelota....


PD. Para compensar el exceso de comunicación que no me corresponde, acabo de recibir un llamado "de onda" de una persona que trabaja conmigo en mi inminente ex-trabajo contándome que en menos de 24 hs. caduca la única posibilidad de ser recontratada, y ninguna persona vinculada "oficialmente" con el proyecto tuvo la delicadeza de avisarme (¿leerán el blog?). No saben la charlita de despedida que voy a tener mañana cuando vaya a dejar la última factura de mi contrato...

Acaban de servirme en bandeja la oportunidad de retirarme airosa y airada. ¡Soy libre! Y Pobre. Pero Libre, carajo.

PD. Ya mismo empiezo a organizar una cena para celebrar. Comienza el primer día del resto de mi vida (Son las cuatro de la tarde y yo sigo en pijama... ¡La vida de desocupada me va a sentar genial!).


Actualización: 48hs. después presenté la renuncia. No me la aceptaron. (?). ¡No me dejan fracasar en paz!

Me cago en la democracia…

Hace dos horas que estoy con este “chiste”. He aquí la razón por la que no escribo. O porque publico los no-post quejumbrosos. Decididamente se llevan menos tiempo de mi vida.

Qué terrible, además, conocer al auditorio. El censo de lectores autoconvocados del post anterior (¡cuatro!) es difícil de complacer. Me honran con su lectura silenciosa hasta que yo misma me llamo a silencio. Algunos han llegado al punto de hostigar con su recio amor a mi otro yo que vive fuera de la blogósfera.

Para quienes quieren que me lamente libremente, entonces, un relato pormenorizado de mis nimias tragedias. Hace tiempo que me dedico a lamentar lamentarme por mi lamentable existencia en el mundo “real” (estoy exagerando con fines humorísticos… Aclaro, como un idiota profundo que incluía como notas al pié en las desgravaciones de sus clases: “IRONÍA, IRONÍA”).

Creo que en mi proverbial afán previsor estoy experimentando la crisis de los treinta (aunque me faltan como treinta años para llegar a los treinta…). Digamos que experimento una crisis “vital”: vivo en crisis.

No estoy contenta con, al menos, tres aspectos fundamentales de mi vida. (Tres aspectos que definen aproximadamente el 60% de mi existencia). A punto de quedarme sin trabajo (¡afortunadamente, en parte por decisión propia!), en crisis vocacional, cuestionando mi único espacio de pertenencia indiscutido de los últimos 8 años, asistiendo como espectadora al éxito (¡merecido!) de varios integrantes de mi “generación”, cuestionando todos y cada uno de mis “logros”, calibrando todas y cada una de las carencia de mi vida; así estoy.

Este es el punto en el que usualmente mis interlocutores de la vida “real” mencionan la lista aparentemente interminable de mis éxitos, las razones incuestionables de mi orgullo intelectual y personal, las más irracionales muestras de afecto. Y es el punto en el que yo discuto a muerte la veracidad de las primeras, me burlo de la pertinencia de las segundas y quedo en compañía de las terceras.

Como resultado de este ciclo de autoflagelación/ consuelo logré poner en cuestión otro aspecto fundamental de mi vida. Gracias al enfrentamiento entre dos paradigmas, mi aparentemente promisoria vida vs mi autoevaluación lapidaria y depresiva, tengo que agregar a la lista de descollantes éxitos del 2007 una “pelea” con mi mejor amiga.

Así estoy ahora: sola y triste en este mundo abandonado… A veces tengo ganas de exponerme y de exponer mis lamentos. A veces, no. Lo que tengo, casi siempre últimamente, es ganas de lamentarme. Ocurre que no siempre tengo ganas de hacer “públicos” mis lamentos. O semi-públicos. O semi-privados. O lo que sea este espacio.

Que quede claro, entonces, que cada vez que elijo usar este espacio para la queja no estoy esperando respuestas, elogios desmedidos, amor incondicional, presencia, lecturas, función fática alguna. (Aunque agradezco las respuestas, los elogios desmedidos, el amor incondicional, la presencia, las lecturas, la función fática toda, de quienes elijen: leer, comentar, acordar, disentir o callar).

¡Notable éxito del equipo médico forense: vivisección de la Cultura argentina!

Llegué tarde a contar la novedad, pero gracias a La Nación podemos acceder a nuestro adnCultura: un nuevo suplemento cultural semanal (con un sitio web de permanente actualización ad hoc) que recuenta información de teatro, cine, artes plásticas, literatura, leucocitos y linfocitos.

Seguramente no soy la primera en comentar lo nefasto del título, pero no puedo privarme. Parece que La Cultura estaba necesitando un house organ que expresara su verdadera identidad… Después de meses de planificar el suplemento y de múltiples números cero y opiniones de expertos y testeos varios La Nación decidió salir a la calle con un título (¡súper ingenioso!) que sostiene que la identidad cultural viene impresa en el código genético… Por si alguien no se había dado cuenta, tomaron la decisión de explicitar la metáfora biologicista en el mismísimo editorial: “la cultura está en la identidad misma del diario y partimos de ese majestuoso genoma cultural para desarrollar un nuevo estilo y abrir nuestros ojos a nuevas tendencias”.

Me gustaría burlarme de su presentación en sociedad; no creo poder hacerlo mejor que ellos: “Nos costó mucho llegar a una síntesis en la que se dieran la mano lo clásico y lo moderno, lo consagrado y lo nuevo, lo sofisticado y lo popular.”(El subrayado es mío).

Para “desarrollar un nuevo estilo y nuevas tendencias”, les salió demasiado parecida a “Ñ”… Como oferta lanzamiento el número es bastante pobre. Su aparente fortaleza, la nota de tapa, es un diálogo (soporífero) entre Paul Auster y Tomás Eloy Martínez.. El resto, un mejunje miope de alta cultura con un enfoque “nuevo”. Nuevo para Bartolomé Mitre (padre).

Me gustaría destacar algunas “perlitas”:

-En la nota de tapa Auster y Martínez se turnan para ningunear a Borges. Tomasito le reclama no “haberle cambiado la vida”. Auster directamente lo llama un “escritor menor genial”, a partir del estúpido argumento de que “ni siquiera intentó escribir novelas, no podía hacerlo”. [Yo amo a Auster incondicionalmente. Por suerte amo al Auster de los libros y no a este pelotudo que habla mal de Borges y es amigo de Tomás Eloy Martínez…]

-La sección “Gritos y susurros” recopila pastillitas informativas, instantáneas y “chimentos” de personajes de la cultura. Me pareció una imitación burda de la gran “La Pavada”, de Crónica.

-Además de la previsible crítica de libros (en formato extenso o “Microcríticas”) y la Agenda, que necesariamente tematizan novedades, muchas notas impactan por su potente actualidad: arranquemos por el editorial, titulado “Volver a empezar” (que arranca comentando los desvelos de grandes escritores octogenarios por su necrológica en La Nación); o la serie de notas sobre los Mann (“la familia más brillante de Alemania en la primera mitad del siglo XX”). Me gustaría destacar el título del artículo, cabalmente a tono con la propuesta de la revista: “El destino en la sangre”; la “evocación” de Carlos Monsiváis a María Félix o un nuevo ataque de Fukuyama a la necrológica: ahora se le dio por matar a la “utopía multicultural” (sea lo que sea). La nota es un refrito del artículo publicado antes no en uno sino en dos medios. El título “El fin de la utopía multicultural”. [Los muertos que vos matáis gozan de buena salud…]

-Pero creo que lo mejor de lo mejor son dos artículos que expresan de manera magistral el tono general de adnCultura. El primero, firmado por Jorge López Anaya, se titula “Los límites de lo nuevo” [¿Hace falta que siga?]. Arranca por calificar a numerosas obras de arte contemporáneo diciendo que “a menudo parece absurdo calificar(las) como obras de arte”. Pero tranquilos, basta con no ser un “diletante”, un “circunstancial espectador” o “público profano” para poseer las verdaderas “claves conceptuales” para desentrañar sus misterios. El sagrado intérprete todo lo sabe. (Seguro lo lleva impreso en su adn…)

Pero como si esto fuera poco, a continuación hace su entrada Mi Amigo Personal Osvaldo Quiroga, el señor que predica la necesidad de “refugiar La Cultura”. Nuevamente, Quiroga me deja sin palabras. Por fortuna, me basta reproducir las suyas. “¿Sabrán algunos creadores, supuestos artífices de la vanguardia vernácula, que el público es siempre el destinatario del teatro? (…) Para dormir, aburrirse o buscar escandalizarse, ya hay varias películas del llamado nuevo cine argentino”. ¡Dejemos al teatro en paz!”. La pieza clave de su argumentación es, como siempre, su increíble apertura a lo nuevo,el contraejemplo elegido para contrarrestar los incomprensibles planteos de la “vanguardia vernácula”es “la caída de Edipo a través de los versos de Sófocles”. De todos modos, lo que más me impresiona es que la potestad del “público” se parezca tanto al argumento “es lo que quiere la gente” que tanto condenan Quiroga y La Nación, con Sirvén a la cabeza. ¿Por qué lo que vale para el teatro no vale para Showmatch?

Consulta popular

¿A alguien le interesa un nuevo aporte dudosamente poético sobre lo aburrida y deprimente que me resulta últimamente mi insignificante vida?
¿No?
Me parecía.