¡La venganza del análisis sintáctico!

Entré convencida de la necesidad de honrar la periodicidad de este blog, pero no se me ocurre nada para decir (obvio de toda obviedad). Ya que estoy por acá podría comentar que en los próximos días debería estar cerrando un artículo para un congreso que compartiré con un nutrido grupo de "señoras de letras" que utilizan a la lingüística para descular cuestiones de vital importancia como :

-La evaluación en el discurso: una aproximación a la función de la expresión “que se yo”.
-Primera hipótesis del sistema de uso de los conectores causales en el habla culta de la ciudad de Buenos Aires.
-Conexiones concesivas y discurso: pragmática, semántica y sintaxis de los conectores ‘si bien’ y ‘por más que’.

¡No sé que voy a hacer con tanta información!

No tengo idea de si yo misma soy capaz de aportar algún tipo de conocimiento pseudo formal a partir de la disciplina que me contiene, y desconozco la teoría y la metodología precisas que guían estas búsquedas de las "señoras de letras", pero quiero pensar que algo más que un severo caso de etnocentrismo me obliga a considerar esos objetos de estudio como el colmo de la paja intelectual.

Astronomía emocional

En general, a lo largo de los años, el casting de los afectos se va modificando con desplazamientos más o menos sutiles, más o menos frecuentes, cual galaxias en el espacio. Se descubren nuevos planetas, asteroides y satélites, algunas estrellas crecen hasta convertirse en supernovas y finalmente explotan, dejando a su paso un agujero negro.

A veces, tras errar por el universo durante algunos años luz, agunas relaciones vuelven a acercarse a la propia órbita y se retoma el contacto. Otras, quedan perdidas en algún recóndito lugar del cosmos y lentamente nos olvidamos de ellas. Pero la forma más trágica de evolución de estos vínculos ocurre cuando alguna de las partes, no se sabe muy bien por qué (o se sabe demasiado bien; no importa) modifica de manera drástica su curso natural, por así decirlo, cambia su sentido de rotación o su atmósfera varía dramáticamente originando una extraña fuerza centífuga que invierte la gravedad y la aleja del sistema solar al que antes pertenecía. Y ahí, "Houston, tenemos un problema".

Es el momento en que ambas partes no pueden dejar de advertir que las cosas han cambiado y ponen en marcha distintas estrategias para tratar de revertir un alejamiento inexorable. En general todos los intentos fallan; y fallan sobre todo por la negativa a reconocer que cambiaron drásticamente las condiciones. Lo más frecuente es que alguno de los lados envíe misiones de exploración en busca de vida extraterrestre, que muy probablemente fracasen por el altísimo costo y la extrema dificultad del viaje pero además porque cuando llegan en general encuentran que la nueva atmósfera es irrespirable.


Este proceso es altamente frecuente en los casos de amistades "clásicas", categoría que implica que coexisten al menos dos grupos, nacidos con algún tipo de defasaje temporal, que atraviesan necesariamente diferentes estados e intensidades del vínculo. En general el grupo más antiguo se encuentra en una meseta de su evolución (cuando no en franco deterioro) mientras que el otro goza del ímpetu y la fascinación que despiertan las relaciones recientes: una luna de miel.

Mientras los astrónomos contemplan embelezados el nuevo planeta (que seguro es bellísimo, tiene tres lunas siempre llenas y una atmósfera perfecta para la vida), las amistades "clásicas" flotan a la deriva en el espacio cual mugroso asteroide de pacotilla, pronto a ser, como Plutón, condenado al ostracismo.

Triste destino el de las amistades "clásicas"... Suelen sobrevivir en forma de lejanas constelaciones que sólo son visibles en noches iluminadas por la claridad de la nostalgia, sin saber si eso que llega no es el melancólico destello de una estrella que murió hace millones de años.



*Perdón por el toque desagradablemente cursi, pero esto va dedicado a mi particular universo de amistades, las flamantes y las históricas; a las amigas "clásicas" y a la difícil pelea para dejar de serlo y a mi "ex-amiga" por la maravillosa sensación de haberla hecho explotar en el espacio cual asteroide de Armaggedom.

¿Para qué un blog? ¡Para ésto!

¡Tengo comentarios! Me ha llegado la notoriedad bastante más rápido de lo esperado. ¡Qué maravilla las Nuevas Tecnologías (¿debo decir NTICs?), la toma directa y sus formas de satisfacción instantánea! Prerrogativa de este medio (¿o género, o lenguaje, o materia de la expresión, o dispositivo, o hiperdispositivo?), no puedo dejar de celebrarlo y compartir mi algarabía.

En otro orden de cosas, ahora que tengo blog, con comentarios y todo, carezco de una cosilla bastante más estructural: se murió mi computadora. Participo con dolor de su fallecimiento; espero que la autopsia me permita recuperar media vida que tengo metida ahí adentro y que perderé por completo por no haber cumplido el nuevo mandamiento: "Backupearás a ritmo suficiente y sostenido".

Asumo que es posible hacerme del contenido de Mis documentos, no así de bastantes mails que aún no había copiado ni guardado en carpetas (para colmo uso una cuenta que descarga los mails en el Outlook y no deja copia en la web. Sí, lo sé, soy una hereje), ni los seis millones de blogs que leo que alguna regularidad, entre otros quichicientos marcadores del Mozilla.

Ahora lo único que me viene a la cabeza es otra frase del mismo libro de Eco al que pertenece la bajada en el título de este blog y que se asombra de que con la computadora el ser humano haya creado por primera vez un procedimiento sistemático para el olvido. (Para los que se lo pregunten, el libro es "El péndulo de Foucault", pronunciado en forma literal con fonética rioplatense por amiga cercana que no frecuenta el ciberspacio; ni los libros, for that matter...)

Todo esto, oh ironía, a sólo una semana de haber concurrido a instancias de un pedido de mi señor jefe a cierto horrendo espacio ¿cultural? de la Ciudad de Buenos Aires donde la gente en todo su esplendor se aglutina, a escuchar sobre las maravillas de la digitalización y las nuevas herramientas informáticas para la preservación de contenidos y bienes culturales.

Que, dicho sea de paso, implicó recorrer media ciudad en hora pico (una horita...) en un automóvil particular con mi señor jefe y su señorita novia que lo alimentaba en la boca con obleas mientra este conducía.