Lo que se hereda no se roba

Mientras laburo a las dos de la mañana descubro con horror que mi hermano no sólo es un clon de mi padre sino que se las ha arreglado genéticamente para honrar la maravillosa herencia materna de terrores nocturnos.

Desde hace años sabemos que de tanto en tanto se le da por mantener elocuentes conversaciones a viva voz mientras duerme. Sólo recientemente, y gracias a mis recientes hábitos nocturnos (combinados con la muerte de la tele de mi cuarto, que me confina en el living), he descubierto que la cosa ha empeorado, ya podemos llamarlo cabalmente sonambulismo.

El tipo se levanta de un salto, viene corriendo hacia la luz (no, no es Víctor Sueiro) y argumenta sandeces. Inicialmente siempre creo que vió algo a través de la ventana, o que se acaba de acordar de algo; después me doy cuenta de que no responde lógicamente (o ménos lógicamente que de costumbre) y vuelvo a caer en la cuenta de que está dormido. Parado, hablando, manteniedo una suerte de inconexa conversación, pero dormido.

Lo peor del caso es que, por la hora, porque estoy concentrada laburando (o viendo tele), o porque yo también estoy medio dormida, todas las veces todas me termino pegando tremendo susto porque aparece como un bólido a los gritos por el pasillo, anunciando alguna desgracia en ciernes (últimamente todas tiene que ver con pequeños incendios o cortocircuitos).

Cuenta la leyenda familiar que Madre tenía los mismos síntomas en la adolescencia, cuando compartía el cuarto con sus dos hermanas menores que saltaban de la cama por sus alaridos noche por medio. Parece ser que después de las primeras 20 veces que la criaturita 'e dios gritaba haber visto una araña o alguna otra alimaña, dejaron de llevarle el apunte. Sólo mi pobre Tía buena se levantaba y la ayudaba a volver a acostarse. (Dice mi tía menor que la cosa se puso realmente entretenida cuando la amenaza dejaron de ser los insectos y pasaron a ser los "violadores". Y no presisamente por su disgusto por el punk rock...)

Lo más ridículo del asunto es que además de resultarme escalofriante, me encuentro a mi misma muerta de risa "argumentándole" a un sonámbulo que no se incendia nada, que él está dormido.

Yo te ví: Expiación

El poder de la palabra, una vez más. El libro de McEwan es en sí un homenaje a la arquitectura monumental de la palabra: el delicado equilibrio entre la literatura y la palabra empeñada, entre ficción y realidad. Cómo la ficción puede afectar la realidad. Cómo la realidad siempre supera a la ficción. La película, una adaptación excelente y una excelente película, insiste sobre esa tesis. La traducción va todavía más allá, incluso sin proponérselo.

Comienza por negarle al título la palabra solitaria: Expiación. Quizá porque es una palabra difícil, inusual; quizá porque reclama intertextualidad del catolicismo. No resiste la tentación de comentarla, de forzar su interpretación con una bajada lamentable. "Deseo y pecado", dice, profana, deshonesta. Hay en Expiación deseo y pecado, claro. Pero según un diccionario de sinónimos muy corto de miras. Porque hay ternura, amor, pasión, también lascivia, incluso estupro. Y también mentiras, crímenes, muerte. (Todo Eros y todo Tánatos.) Pero sobre todo, hay culpa, arrepentimiento, penitencia. Eso es expiación, y eso es Expiación. Ni más, ni menos.

De todos modos, la intrusión más flagrante del traduttore tradittore es apenas un detalle, un segundo en la trama, una palabra. Ni más, ni menos. Una palabra indecible que desata la imaginación de una nena de 13 años y con ella, la tragedia. "La peor palabra que puedas pensar", piensa la nena obsesionada con las palabras. Y a partir de allí, lo peor es todo lo que puede pensar.

En el comienzo de la historia, sólo una parejita de enamorados, unas cartas cambiadas y la curiosidad de una nena. Una comedia de enredos. Pero en la carta hay una palabra "incorrecta". Una sola palabra alcanza para cambiar historias, relatos, dos novelas.

No quiero detenerme en la sinopsis, es fácil de encontrar (por otro lado, recomiendo calurosamente el libro y especialmente la película, a pesar de la mentada desconfianza hacia las recomendaciones). Sólo quiero apuntar cómo la fuerza arrolladora de la palabra se pierde en la mojigatería de las traducciones. La palabra del escándalo: cunt, cuatro letras que ameritan el tono admonitorio del diccionario "Is a rude and offensive word which you should avoid using", sólo un modo vulgar de aludir a la vagina. "La peor palabra que puedas pensar", pensó el traductor, y lo primero que se le ocurrió fue... ¡coño! La violencia, la fuerza, el desacato, diluido en un chiste de gallegos...