Equilibrio

Tengo un compañero de trabajo que responde tan acabadamente al estereotipo de locamala que me obliga a asumir casi involuntariamente el estereotipo de mataputo como para compensar. Lo odio por eso.




PD. Por favor, absténganse de explicarme con argumentos políticamente correctos que, como diría Seinfeld, "no hay nada de malo con eso". Mi fastidio es retórico, no homofóbico.

Como te digo una cosa te digo la otra

Ahora, por ejemplo, estoy algo así como de buen humor porque intencionalmente estoy malinterpretando un estúpido mail con un exceso de entusiasmo y haciéndole decir mucho más de lo que dice. ¿Para qué? Para tener en breve una nueva experiencia traumática de la que quejarme. Estoy empezando a notar un patrón consistente en mi comportamiento. Pero ojo, eso de ninguna manera implica que esté pensando en cambiarlo. Sí, mi propia neurosis me parece adorable. Se me ocurre que todo se reduce a un problema de autoestima: yo no me gusto mucho, pero me quiero demasiado.
Mientras hago todas estas elucubraciones, me congratulo por la firme decisión de embarcarme en un extenuante makeover. Hoy, para empezar, almorcé medio kilo de helado.

El pueblo quiere saber de qué se trata:

¿Qué significa el retorno de Daniela Mercuri en su versión más carnaval carioca a la televisión argentina?

Pronóstico: Nublado, con leve mejora por la tarde

Sigo malhumorienta, claro (el calor no ayuda). Pero entre la Señora que me cuestiona si me parece "atractiva" mi esencial constitución cabrona y la reunión que acabo de tener, calculo que mis nubes negras están en franco retroceso. Estuve hablando durante una hora con una persona que tiene ganas. Que empleó toda la presentación de un proyecto en ofrecer ciento y tantas formas de ayuda, apoyo, consejo, préstamo, dádiva, don e intercambio conocidas por la civilización occidental. No miento, en un momento hasta me dió como ganas de llorar, una emoción extraña. ¡No es un mito! ¡Hay gente que cree y que quiere! Y que como cree y quiere, ¡hace! Vivir para ver y ver para creer.

Claude Bremond para principiantes

Conozco argumentadores (yo entre ellos) que ejercen influencias inhibitorias con todo tipo de móviles: desaconsejadoras, prohibidoras, intimidatorias. Gustan especialmente (yo en particular) de la conminación y la imprecación. El día que entienda(n) que también pueden ejercerse influencias incitantes van a cambiar muchas cosas en mi vida.

¡Apio verde tuyú!

Hoy me recibí de pelotuda. Espero sinceras felicitaciones. Se acepta como regalo el número de un buen exorcista; parece que últimamente no me alcanza la Señora para domar mis obsesiones.

Dicho esto, mi nueva teoría: los mensajes de texto están matando los vínculos. Nada dice "No me importás un carajo" como un afectuoso mensaje de texto. Siempre lo supe. Sólo necesitaba una buena comprobación empírica. ¡Maldito método científico!

Ta lento pa' entender...

Recien nomás, leyendo Crítica (voy por la tira del Niño Rodríguez y me quedo para indignarme), me descubrí compartiendo un argumento con cierto brillante articulista doctorado en la universidad de Wildstone (ironía, ironía). Tengo miedo, mucho. En mi defensa, yo se lo dije ayer sin mayor elaboración a mi hermano en el living de casa después de la cena, no en una contratapa en un medio masivo (bueh, más o menos). Ojo, su artículo, fiel a su estilo, sigue siendo absolutamente endeble porque no hay nada más aburrido que seguir leyendo a gente indignarse por el reality show y la "telecultura" y otras sanatas de la misma índole (decir que el reality show es el género televisivo hegemónico es, como siempre, una errónea afirmación temeraria que sólo muestra que de televisión opina sólo quien es lo suficientemente probo por no mirar televisión). Y si coincido (ajjjj) en la idea de que la puesta de Talento argentino es un oxímoron, se me ocurre que el problema es pensar que la tele debería ocuparse de definir qué cosa es el talento, toda vez que el señor que se queja es un prestigioso académico gracias a una única ¿idea? del "aguante" o algo parecido inventada, y refritada desde entonces, hace como 10 años.
No hace falta ser un experto para saber que de concursos "de talento" (o de variedades) está hecha la historia de la televisión, desde Odol pregunta hasta Venga a bailar o Si lo sabe cante. Desde Tiempo de Siembra hasta Feliz Domingo. Desde Justa del saber hasta Finalísima. Y que el problema, lejos de ser una expresión de "la cultura global contemporánea", quizá hable sólo un poco de la naturaleza humana. Quizá haya un gesto provocador en el título del programa, una, ahora sí, cuidada ironía (que asumo no viene de la puesta argentina sino como un eco de la americana, construída claramente desde el ridículo, donde el juez principal es David Hasselhoff, él mismo una figura clase B, de Baywatch y El Auto fantástico). O quizá sea sólo un conmovedor gesto demagógico. Quién sabe. Es más, ¿a quién le importa?
A mí se me ocurre que en su cuidadoso racconto despreciativo (y despreciable) tampoco hay talento y toda vez que se pretende jurado acreditado eso es imperdonable.

De (mente)

¿Notaron mi severa adicción a los adverbios modales? Una prueba más de mi maravilloso talento para los juegos de lenguaje. ¡Cinco adverbios terminados en mente sólo en el primer párrafo! ¡Debe ser un record! Indudablemente. Cuac.

A ver si nos entendemos (reloaded)

¡Cómo me tira el estilo depresivo! La queja es mi tono favorito. Sigo sosteniendo que necesito que me pase algo bueno en el corto (muy) plazo. Es sólo que me preocupa un poco el efecto filodramático. Entiendo (término caro a mis explicaciones, aunque entiendo que en el fondo no entiendo nada) que no tengo derecho al pataleo. Pero... Tengo absolutamente claro qué es lo bueno que quiero que me pase en el corto (muy) plazo. De hecho, lo tengo tan claro que lo que me molesta es que no me hago cargo y no hago nada para materializarlo y eso me convierte en una pusilánime. Si P entonces Q, lo que me molesta es que creo que estoy eligiendo seguir sintiéndome mal. Dicho esto, me retiro a seguir sintiéndome mal, pero con mejor conocimiento de causa. Ya volveré con algo más parecido a la escritura (o no, pero más bien sí).

A ver si nos entendemos...

Necesito que me pase algo bueno, tirando a muy bueno,
¡¡¡YA!!!

¡Basta, Karma, ya entendí!

No me puede ir ni moderadamente bien en algo, porque el universo me lo cobra en el acto. Esta mañana en un gesto absolutamente fuera de lo común, me sentí remotamente aceptada por la "Academia Racing Clú" como bien dice Cinzcéu; media hora después me afanaban estúpidamente el celular mientras hacía un favor absolutamente altruísta. Está claro que estoy condenada al éxito.
Para peor, más tarde la Señora me reta porque cree que todos mis males son autoinflingidos. (A ver si se entiende el negoción: yo le pago para que ella me rete y me acuse de autodestructiva).
Sigo sin ver un mango de un par de laburos, sólo que ahora además debo gastar unos impensados morlacos en reponer ese maldito aparatejo que me mantiene conectada con el resto de la sociedad, sobre todo porque sin él se resiente (¿aún más?) mi golpeada vida social. Me negué durante años al telefonito porque detesto el modo en que contribuye a "flexibilizar" los compromisos asumidos, al grito de "cualquier cosa te mando un mensajito". Pero finalmente entendí que que yo no portara el susodicho gadget no sólo no resolvía el problema, sino que me hacía más dificultosa la interacción con la tribu de informales.
Para colmo, esto pone en juego una cuestión horrrriiiiíble de mis trastornos obsesivo-compulsivos: detesto perder mis cosas y siento la necesidad de reponer lo perdido inmediatamente con algo idéntico, porque no quiero tener que volver a pensar en la falta.
A ver si se entiende hasta qué extremo: en 4º año del colegio secundario me robaron mi Parker Vector (uso esa lapicera desde los 10 años). Me ponía de pésimo humor cada vez que tenía que usar una lapicera. Mi santa madre rebuscó en 20 librerías hasta que encontró una que no resultó igual, pero al menos lo suficientemente parecida. La sigo usando hasta hoy.
Y eso no es nada comparado con esto: cuando tenía 7 años se me perdió saliendo del subte en Primera Junta (lo recuerdo como su fuese ayer) un prendedorcito ochentoso en forma de osito (sí, de esos que se abrochan con las manitas...). Recuerdo patente la sensación terrrriiiiíble de buscar por el piso minutos y minutos con desesperación mientras mi tía buena intentaba convercerme de que no me preocupara, que me compraba otro... Nunca tuve otro igual y siempre recordé esa anécdota como algo traumático (sí, ya sé, estoy completamente loca). El año pasado mi amiga Lala viajó a Australia y me trajo de regalo un koala como esos ositos. Está en este mismo momento en mi escritorio sosteniendo el cable usb de mi máquina y ayudándome a recordar por qué soy borderline psychotic.
Ah, y ahora dicen que este blog es una vergüenza y digno de una nena de 13 años. ¡Mi propuesta enunciativa es un hit! ¡No podría estar más orgullosa!

Post-it mental

Empieza la maravillosa época del año en la que me caracterizo por un malhumor apoteótico. Están avisados. Para agravar las cosas, se han combinado alegremente mucho trabajo y poca plata. ¡Una pareja perfecta! ¡Un éxito arrollador! Cuando pase el temblor (guiño, guiño) y cuando se me cante la regalada gana, vuelvo.

Mientras tanto, comento: sigue teniendo repercusiones un humildísimo articulito que presenté recientemente (y eso que aún espero una real devolución... la tantiúnica). Ahora, por ejemplo, me entero de que algunas personas dirijen tesinas con el objetivo de comprender una cuarta parte de la escena mediática contemporánea diciéndole a los tutoreados: "Teikirisi, no entres en pánico. Hay que ir pra frenchi." (¡Juro por mi vida que es una cita textual!). La Academia es un infierno encantador (y cuando digo La Academia me refiero al bar de Callao, ¿qué más?).