Estoy viva (o casi)

Sí, sí. Volví. Gracias por los comentarios (dentro y fuera del blog). Estoy entrando a pleno en la etapa maníaca, así que prometo al menos un par de post un pelín menos lacrimógenos...
Según una escueta consulta popular claramente no vinculante (compuesta de tres votos tres), bajo el fresco aire de montaña soy "tranquila", "positiva" y "alegre" así que ya saben, no soy yo, es la humedad.

¿Se puede caer más bajo que citar a Simon and Garfunkel?

Hello, Darkness, my old friend... Es lo único que puedo pensar hoy (no me queda ni siquiera la dignidad de una verdadera tristeza; todo lo disfrazo de un cinismo torpe y desesperado).
Igual, importa poco. Estoy aprendiendo.
En menos de 48 horas me voy de viaje. Sola. Voy a tener muchas horas para pensar. Para pensarme. Quizá esto que hoy me parece tan triste sea el empujón que me hace falta para hacerme cargo de mí misma. Para empezar a aprender que no hay sí otorgado que valga si no me digo que sí a mí. O que no hay sí otorgado que valga. Qué volatil es el sí. El no, en cambio... El no tiene la contundencia de una piedra. El sí es de aire. El no es sólido, cae y castiga con la naturalidad del granizo. Así, lo que podía haber sido sólo una versión más de "sobre llovido, mojado" ahora es algo más dolido, más castigado.
Hoy me tengo que volver a inventar. Una vez más. Qué difícil me está resultando levantar cabeza... Cuando creo que logré renovar el aire y me dispongo a tomar una buena bocanada y a llenarme los pulmones, otra vez el puñetazo en el estómago que me desinfla. Eso soy ahora. Un globo desinflado. Lo que quedó de las vacaciones de invierno, antes de volver a la rutina y al encierro. Pero es bueno entender. Entenderse. Yo me enojo conmigo. Y me tengo bronca. Pero sobre todo lástima. Hace mucho que me pienso, me pienso, y lo único que siento es lástima. No hay nada más feo que sentir lástima de alguien. Sí, hay algo más feo: sentir lástima de uno. Y me leo y me da lástima entender que toda mi tristeza tiene este tinte absurdo y prefabricado. Me da lástimar saber (y lo sé) que en el fondo no me pasa nada "grave". Que hay verdadera tristeza y que yo sólo la estoy usurpando. Me da lástima mi tristeza prestada.
Otra vez me equivoqué. Y en el camino descubrí qué fácil me resulta volver a equivocarme. Volver a tropezar con la misma piedra. Una y otra vez. Por eso no importa la tristeza y no importa el llanto. Porque estoy aprendiendo. Y empiezo a pensar por primera vez, que lo que tengo que aprender, lo tengo que aprender de mí. Y sobre mí. Y para mí. No importa que hoy sienta que no vale la pena, que no tiene sentido, ni propósito. No importa que hoy sienta, otra vez, ese tirón que me hunde. Estoy empenzando a pensar (no me queda otra) que en lugar de mirar lo que me hunde, que en lugar de mirar el horizonte buscando la mano que me salve, tendría que mirarme un poco para adentro, concentrar mi energía y salir a flote con la fuerza de mis propios brazos.