Consumos

Iba a reanudar la actividad bloguística con un post pasive-agresive de denuncia porque recientemente mis amigas me obligaron a participar de una escena deprimente de fantasiosidad regada de tinto a granel. Afortunadamente, desistí de la oportunidad de volver a embanderarme en la arquetípica no arquetipidad. En cambio, retorno con un post intrasendente, más a tono con el espíritu del blog. Sin orden aparente:

-Hay un bolichín adictivo cerca de casa donde venden couscous, raíz de jengible fresco y orejones de pera. ¿Cómo hay que llamar apropiadamente a esos lugares? Porque "dietética" no va, puedo asegurarlo. Y "almacén natural" es una aberración afectada.
-Acabo de descubrir que me vendieron un kilo de cebollas podridas por dentro. ¿Qué nivel de asquerosidad me asigno por tenerlas encerradas en una bolsa para ir a reclamar que me devuelvan la plata?
-Hace años, en un momento de bonanza económica, mi tío quería comprar un microondas al solo efecto de calentar la leche para cortar el café de la mañana. A veces me parece que era un visionario...
-Una afamada marca de productos congelados desarrolló una idea fantástica: un salteado de vegetales listo para sartenear (me sigo debiendo el wok). En mi última excursión al súper, investigo. El paquetín de 400 gr. cuesta casi $20. Muchachos, por 20 mangos llamo a mi amiga personal, la telefonista de la rotisería china, y me manda un menú completo con el que como tres días. (Y eso en modus paja, con tiempo y ganas preparo el mismo salteado para 6 personas).
-A diferencia de la horda de advenedizos desinfectadores, yo siempre tengo alcohol en gel (herencia del tiempo infelíz en el que corrí el riesgo de municipalizarme y/o contraer peste bubónica en horas de trabajo).
-Por mi habitual tendencia a la procastinación no pude cambiar un libro que me regalaron repetido. Aproveché y le hice un regalo espontáneo a una amiga. Empate.