¿Te acordás de cuando yo yenía un blog?

Un mes y medio atrás tuve ganas de polemizar con una nota a Sebreli en adn. Desistí cuando entendí que iba a tener que sobreactuar mi indignación porque, convengamos, yo sólo leo "revistas culturales" para indignarme.

Hace un mes y pico necesitaba jactarme de cómo una serie de lecturas me había llevado a mares, océanos, naufragios e, insistentemente, a la balsa de la Medusa, la escena de naufragio de Gericault. Reculé a tiempo de una nueva arremetida de mi proverbial pedantería.

Un mes atrás imaginé un relato melanco a partir de una foto vieja que encontré tirada detrás de un banco de plaza, y cómo el bebé que le sonreía a su abuela en el banco de enfrente, los niños de la foto en 1955 y el viejo en silla de ruedas que llegó después me obligaron a pensar en el paso del tiempo como una metáfora hijadeputa. Me aburrí antes de empezar.

Hace 15 días pensaba en escribir una reseña entre ofuscada y culposa sobre por qué no debería(mos) seguir viendo Lost cuando la serie decidió, en un claro manotazo de ahogado, instalar una transformación ideológica brutal desplazando los saltos en la temporalidad del relato a la historia. Me arrepentí cuando entendí que el mundo no necesita otra reseña tardía sobre Lost, por más ofuscada y culposa que sea.

La semana pasada, sin embargo, escuché estupefacta la sarta de pelotudeces irresponsables proferidas por la Su y reflexioné: habiendo tanta gente que habla pavadas porque el aire es gratis, ¿por qué yo no? Decidí dar por terminadas mis vacaciones mentales, aunque siga teniendo poco y nada que decir, aunque siga diciéndolo sin especial talento, aunque la mayor parte del tiempo me gane la falta de ganas. Así que me doy por volvida. (Por la Su y por la gente bonita que me alegra el día cuando confiesa que lee mis atropelladas diatribas, claro).