Soliloquio anecdótico

La identidad es un problema. Ajá. Me caracterizo por estos torpes descubrimientos.
El problema de este espacio parece ser que los que me conocen pueden reconocerme. Ajá. Hasta ahora nunca había sentido la necesidad de esconderme. (Salvo por las cosas verdaderamente vergonzantes que me censuro).

Mi sobreactuación de la tristeza puede ser preocupante. O no. Cuando estoy triste (resisto la tentación melodramática de decir "Si soy triste") no me siento peor por escribirlo. Más bien todo lo contrario. Cuando estoy triste y lo escribo (cuando estoy triste y lo escribo acá) hay algo que me hace sentir mejor: la tristeza es discurso, es relato; es más palabra y menos llanto.


La identidad es un problema. La propia y la ajena. No sé si tiene solución. Lo único que se me ocurre es que podría dejar de aludir (y menos aún nombrar) a terceros. Parece bastante difícil, porque son mis relatos y por ende, mis personajes (sean relatos más o menos autobiográficos; sean personajes más o menos reales). Cierto episodio con el comentario de un artículo me dejó pensando sobre las consecuencias de no tomar los recaudos necesarios para evitar las apelaciones personales. Creo que por eso desde hace tiempo dejé de procuparme por las argumentaciones más elaboradas. Acá no se hace ciencia, ni siquiera verdadera polémica. Esto es un juego estúpido y me niego a darle más importancia de la que tiene. Y me niego a darle menos importancia de la que tiene.

Mi personaje sempiterno loser puede ser aburrido, repetitivo, incluso un poco vergonzante, es cierto, pero de ningún modo algo de temer, digno de arrepentirse. Mi personaje sempiterno loser, su enunciación infantil, me da bastante ternura, que no es algo que sienta en general por mi persona.


Vuelvo a recordarme algo que a veces olvido: este boliche es mío y hago lo que se me da la gana. La vida "real", la vida "real" es otra cosa.


Hoy, caminando por el coqueto barrio de Once, me crucé con la productora de modas de la revista dominical del diario Crítica que pretendió retratar para el susodicho medio mi afamado estilo personal (!) (portaba yo algo así como mi uniforme de media estación, repetido desde hace al menos dos años). Le dije que gracias, pero no, gracias. Pero me quedé pensando en los lugares públicos en los que están mi imagen y mi nombre cuando no soy Isa. Son bastantes más de los que me gustaría y no siempre están bajo mi control. Eso me dio la verdadera pauta de la dimensión que puede tener este espacio; que, se me ocurre, tiende a cero. Mi imagen y mi nombre de la vida "real" están por ahí, en internet, a disposición de todo el mundo que quiera buscarlos. Le temo bastante más a eso que a lo que Isa pueda hacerle a esa construcción identitaria.

2 comentarios:

Cinzcéu dijo...

"El problema de este espacio parece ser que los que me conocen pueden reconocerme".
Esto es tautología en estado puro: no hay modo de re-conocer lo que no se conoce.
"Cierto episodio con el comentario de un artículo me dejó pensando sobre las consecuencias de no tomar los recaudos necesarios para evitar las apelaciones personales".
"Cierto" y "un" resultan suficiente indeterminación para que no se comprenda de qué se habla. ¿Qué enunciatario construye esa frase?, ¿uno e incierto?, ¿a quién produce ese texto como destinatario?, ¿a uno que sabe lo que acá no quiere decirse?
"Esto es un juego estúpido"
Gracias en lo que respecta a mi estúpida participación. Yo creía que no era menos juego ni menos estúpido que el resto de la vida social.
"Vuelvo a recordarme algo que a veces olvido: este boliche es mío y hago lo que se me da la gana. La vida 'real', la vida 'real' es otra cosa".
¿Sí? Primero, "este boliche" no es un diario privado guardado en una mesa de luz sino un sitio público y de libre acceso mundial. Ud. hace lo que se le da la gana, sin duda y de pleno derecho, pero entre el diario íntimo y el sitio público media una responsabilidad social (Ana Frank al margen).
La vida "real" no es otra cosa porque resulta imposible sostener que cuando se escribe un blog, se baila por un sueño o se actúa una obra de teatro, uno se halle fuera de la vida "real". Amerita, al menos, la pregunta (ya largamente respondida) acerca de lo "real".
"Mi imagen y mi nombre de la vida 'real' están por ahí, en internet, a disposición de todo el mundo que quiera buscarlos. Le temo bastante más a eso que a lo que Isa pueda hacerle a esa construcción identitaria".
Pero si está en internet, ¿es "real"?, ¿en qué quedamos?, ¿qué diferencia un sitio donde aparece su imagen y nombre "real" y éste otro que sería... "irreal", "no real", "virtual", "falso", "trucho", "ficcional", "no- no ficcional"?
Sinceramente no sé qué nombre ponerle porque la falacia está en la base misma del razonamiento.
En mi caso, todos mis nombres son tan reales como yo, lo cual significa una realidad más bien acotada, como la mía, que no es mía, sino parte de algunos colectivos (por ejemplo, el amortiguador de un coche de la 168).
Y soliloquio, las pelotas, porque la opción de hacerlo público implica los rigores del diálogo, es decir, de una lectura social y amplia.
Un beso.

Isa dijo...

No sé qué es la vida real, y por lo poco que sé, no sé si quiero saberlo. La estúpida soy yo, que me vengo embarullando cuando no hay necesidad. Igual eso no es nuevo. Sólo que ahora parece que seré la causante de mi ruina profesional y laboral y (la puta madre que lo parió) "académica".
Gracias por la lectura atenta, pero renovemos el contrato, las entradas de Querido blog son inargumentables. Y es cierto, parte del problema es mi rotundo no entender las Posibilidades de diálogo (gran corto de las viejas epocas de Caloi en su tinta, recomiéndolo).