Yo te leí: Viaje psicotrópico a la crítica literaria

Siempre me pregunté sobre el tipo de persona cuya tarea diaria consiste en redactar contratapas de libros. Cuántos libros de cuántas bibliotecas llevarán su firma inexistente. Cuántos lectores habrán sido seducidos por su prosa más que por la del propio libro que ese escritor invisible "paratexta" (si se me perdona el neologismo...)
Y pensando sobre ésto, vinieron a mi mente dos cuestiones. En primer lugar: ¿El autor tiene poder de veto sobre esta "crítica" de su obra? ¿Las intenciones del autor tienen aquí alguna importancia? ¿O nos enfrentamos una vez más al poder arrollador, performativo, del discurso y sus efectos de sentido? En segundo lugar, delicadamente solapado con el primero... ¿Son las contratapas de los libros como las "colitas" (ver Sarah Foxx 11/09/05) en el cine?
Tiendo a pensar que una vez escrita/ filmada una obra ya no pertenece a su autor (si es que algo, alguna vez nos pertenece enteramente, fuera de la cadena productiva en que estamos inmersos mientras somos hablados por la cultura, ¡Oh, este secreto a voces!). Tiendo a pensar, decía, que en las películas y en los libros se pretende buscar una identidad común, algún cierre de sentido, mientras que todos los mecanismos ligados a su producción, su distribución y su consumo complotan para convertirla en una versión caleidoscópica de sí misma. Nuestro reconocimiento de todas y cada una de las obras, de todos y cada uno de nuestros consumos culturales, son ayudados, y a la vez entorpecidos, por tantísimos reconocimientos previos de los que no nos damos por enterados (o sí, y luchamos cuerpo a cuerpo, letra a letra, para pretender ignorarlos).
Tengo en mente aquí dos cuestiones alguna vez oídas o leídas por allí (y aportaré a la confusión universal sin identificar claramente a sus autores, porque no está clara la política del blog ante la publicidad subliminal, pero sobre todo porque voy a citar apelando a mi memoria auditiva y retiniana, y no tengo pruebas de la veracidad. Los dejo aquí, falsamente encomillados.): "los escritores no escriben los libros, los dictan..." y "algunos textos son contra su Deseo de ser...".
¿A dónde quiero llegar con todo ésto? A exponer(me) uno de los miedos infantiles que perdura arraigado en mi ser: ¿será que entiendo lo que los libros "quieren decir"? Afortunadamente, la semiótica me ha conducido a la feliz observación de que lo más probable es que no. Y que está bien.
Una vez ¿aclarado? todo ésto, procedo a mi pequeña recomendación: la novela que yo leí, cuando leí Prisión perpetua, de Ricardo Piglia, me resultó harto agradable. Y coincide poco y nada con lo que su fantasmagórico comentador de contratapa le hace decir. Para mí es una novela sobre el lenguaje, con todo lo que, fatalmente, él tiene para decir...

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