Martes a la noche. Sala de multicine de Caballito. Unas 15 butacas ocupadas. En una de ellas, yo. Comenzando la proyección de los próximos estrenos entra una parejita. Veintipico, relación claramente reciente, todo sonrisas. De la sala abrumadoramente vacía, eligen los dos asientos contiguos al mío. Mala señal. Durante un par de largos de minutos maniobran con sus mochilas, camperas, botellitas y pochoclos. Se sienta, se paran, cambian de lugar. Se ríen, todo lo comentan. Todo, absolutamente todo, es motivo germinal de una conversación risueña a voz en cuello.
Ante esa colección de malos augurios, pido al cielo clemencia y que se calmen para cuando comience la película. Mis contactos con las fuerzas superiores no deben estar en su mejor momento, asumo. La película inicia con imágenes sobrecogedoras de cielo azul brillante sobre la llanura. La parejita se asombra, se maravilla y comenta. Comenta. Comenta. Sin parar. Todo comenta. Todo opina. Todo.
Mi fastidio crece. También, proporcionalmente, mi deseo de que se atoren con los pochoclos y se retiren de la sala cianóticos. Pero claro, no se cumple. Ellos siguen, se ríen tontamente, se seducen, se hacen muecas, hablan con ese estúpido tonito infantil que asumen algunas parejas. (¿Por qué?, me pregunto. ¿Por qué a mí?).
Cuando estoy a punto de perder la compostura, decido que no vale la pena la confrontación con semejantes especimenes. Me paro y de una corrida me paso a una butaca alejada un par de filas. Allí todavía llegan los murmullos y las risitas sofocadas, pero puedo al menos oír la banda sonora de la película sin ocupar simultáneamente parte de mi mente con los 15 métodos distintos con los que los silenciaría (para siempre).
Entonces me pregunto: ¿Qué pasa con la gente que necesita hacer estas demostraciones públicas de afecto y/o calentura?¿Por qué ese deseo ardiente de comunicarle al mundo sus sentimientos? ¿Qué tara esencial le impide incorporar la noción de que ese comportamiento es socialmente aceptable sólo en el sillón de sus casas mirando un dvd?
Cuando terminó la película me fui derechito sin mirarlos. Y claro, después me arrepentí. La verdad tenía ganas de pelearme. De bardearlos en público. De reírme de su estupidez. De reprocharles su falta de educación. Pero me contuve. Porque no me dieron muchas ganas de asumir el rol de fastidiosa spinter, pero sobre todo porque no valía la pena. Y había quedado claro desde el principio, cuando llegaron blandiendo pochoclos a ver Brokeback Mountain. No puede esperarse mucho de la gente que no entiende el delicado equilibrio que implica consumir pochoclos en el cine y el sofisticado sentido de la ubicación necesario para elegir las películas que combinen con ellos.
Luego de esta introducción con dramatización basada en escenas de la vida real, se advierte la necesidad de la pronta entrada en vigencia de un Manual de Estilo, propongo entonces lo siguiente:
Regla Nº1: Parejas que concurren con intenciones ajenas a la espectación, deben tener la delicadeza de ubicarse en las últimas filas, alejadas de ojos y oídos ajenos no dedicados a prácticas voyeuristas. (Se aclarará, de ser preciso, que el costo de dos entradas de cine en horarios no promocionales se acerca lo suficiente al de otros espacios reservados por nuestra sociedad para ese tipo de intercambios...)
Regla Nº2: Una vez comenzada la película, debe restringirse al máximo todo comentario que el film pueda suscitar. (No, ir al cine con el noviecito de turno no es causal de excepción.) Cuando la situación lo amerite, y el comentario sea indispensable e irreprimible tanto para el comentador como para el comentatario, se procederá a manifestarlo al oído de este último en voz bajísima y realizando el menor número posible de movimientos .
Regla Nº3: Pochoclín les pide que apaguen los celulares. Si sus trascendentales vidas les impiden suspender el contacto con tal medio de comunicación, simplemente no vayan al cine. Esta regla autoriza a cualquier otro espectador presente no teléfono-dependiente a ejercer el tipo de violencia que considere necesaria para reprimir estas conductas.
Regla Nº4: Toda persona que necesite que su acompañente le explique escenas, tomas, planos, giros de la trama, motivos temáticos o rasgos de situación, acción o personaje del film, superando un generoso 1% del total, queda excluido a perpetuidad de las salas. Nuevamente, el ejercicio de violencia correctiva y/o preventiva es socialmente aceptable en estos casos.
Regla Nº5: El comportamiento de los niños es exclusiva responsabilidad de los señores padres. No, insisto, NO concurra con niños a la proyección de films que no sean de claro interés para los mismos y hágalo sólo bajo estricta promesa de su parte de silencio e inmovilidad. No se permite bajo ningun punto de vista la entrada a las salas con bebés y o niños demasiado pequeños. Si no ha logrado a lo largo de su vida adulta entablar relación con persona alguna depositaria de su confianza con la cual dejar a su retoño para asistir al cine, revise su conducta. Algo mal habrá hecho. Y el resto de los espectadores no tienen por qué sufrir las consecuencias.
Regla Nº6: Toda expresión de sensaciones generadas por el film deben restringirse a lo socialmente aceptable en cada caso para los espectadores. No debe de ningun modo identificarse con un personaje. Por lo tanto: a) No llore desconsoladamente, con sollozos audibles y exceso de mucosidad; b) No ría en sonoras y disruptivas carcajadas ni emita otro tipo de sonidos chirriantes; c) No grite ni de alaridos desproporcionados cuando se asuste. Recuerde que se trata de una película. El fantasma asesino, no, repito, NO acudirá a desollarlo a usted mientras duerme.
Regla Nº7: La entrada a cualquier sala de cine debe quedar total y absolutamente prohibida luego de comenzados los avances y ni que hablar de la película. Cualquier espectador que intente ocupar un asiento obstruyendo la visibilidad de la pantalla en tales casos, merece y debe ser pateado sin compasión en tobillos y canillas por todo espectador ya ubicado en las butacas aledañas.
Regla Nº8: El Arte del pochoclo y otras ingestas en salas de cine. Queda terminantemente prohibido el consumo de cualquier alimento salvo que el espectador pueda demostrar fehacientemente su habilidad de manipular el envoltorio con un nivel de ruido tolerable. Esta regla entra en vigencia de acuerdo con lo establecido por el Manual complementario: Cómo elegir apropiadamente películas combinables con la ingesta de pochoclos (que no es necesariamente equivalente a "películas pochocleras"). Saber combinar un film con el consumo de los alimentos y/o golosinas pertinentes es un arte y en el arte, se sabe, la medida es todo.
El cine: Manual de Estilo
Publicado por Isa el 2/24/2006
Etiquetas: La Verdad- la Razón y la Justicia, Mi vida es una sit-com
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