Para el lado de los tomates...

Resulta que, otra vez, hubo ceremonia de tomates. Pero esta vez viene en variante no bucólica sino más bien realista, bizarra y con toques de humor negro ad-hoc. La cosa es más o menos así...

El "tomatero" trae la mercadería cuando él quiere (otra que "el cliente siempre tiene la razón") entonces el jueves se aparece con siete cajones de tomates (20% podridos, 30% medio verdes, 40% apenas pintones y 15 que eran un primor). Como me aclaran telefónicamente para asegurarse mi participación tenemos como agravante un tiempo límite: el viernes al mediodía hay gran almuerzo gran de la familia toda. Eso incluye el sector "capital" (que s-i-e-m-p-r-e amerita el uso de los platos "del juego", entrada y primer plato con guarnición y que motiva invariablemente el comentario de Hermano dirigido a Abuela: "Claaaaaaaro, como hoy vienen tus nietos hay tanta preparación..."). Pero además, sorpresivamente, al reluctante grupo compuesto por Madre y Padre que suelen negarse aludiendo compromisos contraídos con anticipación y que frecuentemente ocultan la decisión de Madre de abstenerse de participar de las comilonas de su progenitora y sus delirantes preparativos, que rechaza con convicción.

Cuando llego a la central productora, alrededor de las 20.30, después del laburo y con hambre de dos días porque mi heladera es un páramo de desolación encuentro: el proceso iniciado, a Tía (un alfeñique de 45 kilos, literalmente) arrastrando cajones por el comedor y a Abuela (principal supervisora de la producción) recostada con un probervial mareo que ella adjudica a "la cervicale" y el resto de la flia a su tendencia compulsiva al ataque al hígado fruto de la ingesta de variadas formas de grasa saturada, sodio y colesterol.

Ante el estado fatal de la materia prima, ésta se lava, se elige y se deja secar, pero toda precaución es insuficiente ante el avance incontenible de la putrefacción. Entonces todos los tomates sospechosos de no pasar la noche se cortan, se cocinan y se "machinan" sin dilación. Tres ollas tres llenas de pulpa van a la heladera esperando el embotellado y la cocción final a la luz del sol. Cerca de las 2 de la matina la planta completa de 2 (dos) operarias se va a la cama tras la ingesta de una cena que, siguiendo una clara escala involuptiva, pasó de la oferta de pastel de papas a unos fideítos y terminó siendo pan tostado en tostadora con queso y jamón.

El segundo día arranca al alba; 6.30 suena el despertador. Un balde de café amargo nos prepara para la jornada. Con el proceso apenas iniciado suena el teléfono. Madre avisa que en horas de la madrugada se produjo inesperado (pero esperado) deceso en familia-cercana-sector-Padre. Horror. Abuela y Tía se miran desoladas: queda fuertemente comprometida la mano de obra para la producción. Mientras tanto se inician, solapadamente, los comentarios prologados por la frase: "Che, ya que nos íbamos a ir al infierno de antes, dejame decirte una cosa..." Y se articulan menciones del siguiente tenor: "Qué sentido de la oportunidad, che", o el nunca bien ponderado: "Qué manera de joder hasta el final..." (Se apreciará el grado de afecto dirigido al finado en cuestión, "Dios lo tenga en la gloria, y no lo deje volver", como diría mi madre).

Tras evaluar la disponibilidad de las "fuerzas vivas" (nunca mejor dicho) y ante la llegada de Hermano, recibido como el Mesías del tomate de estación, decidimos proseguir con la tarea mientras el tema velatorio es organizado por Madre y Padre. Se viven, sin embargo, momentos críticos. Mientras colecciono ampollas en los dedos y salpicaduras de tomate, todas, Tía comienza a evaluar que mejor no ocupemos la cocina, porque tiene que quedar limpia para cuando llegue Tía Menor a almorzar (quien, vale la aclaración, manifestó expresamente su decisión de auto eximirse del proceso de elaboración). Tía, convencida, argumentaba: "Claro, este despelote no es para Marido de Tía Menor", mientras Hermano volcaba una olla de tomate humeante en la maquinita y yo revolvía otra con un cucharón. El horno no estaba para bollos, claro, pero faltaba aún la mención a una característica de la salsa que la vuelve inaceptable para Tía Menor: resulta que si no es lo suficientemente espesa, la tiene que "reducir" mucho durante la cocción. Tía viene mencionando este asunto en los últimos seis o siete años, generando risas, por momentos, e impulsos homicidas en mayor proporción.

Resumiendo, entonces: 7 cajones de tomates pasados, dos personas para laburar, salsa “aguachenta”, tooooooodo el mal humor, apuro para dejar todo limpio para cuando lleguen las visitas y perspectiva de descanso: velatorio suburbano de ser no querido y familia ad-hoc. Wonderfull, ¿no?

La llegada de Tía Menor y Flia se produce cuando la crisis había sido controlada, restando sólo llenado y cocción. Según lo acostumbrado, Tía Menor resuelve dar un par de indicaciones dignas de oráculo medio sin ton ni son, pero el proceso finaliza sin que haya que lamentar víctimas (fuera de la producida sin nuestra intervención, claro). Un año más de conserva, de tomates y de las relaciones de parentesco. A cuál más demandante de trabajo y dedicación.

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