Algunas verdades de Isa, o de mí, o de yo

Descubrí de manera absolutamente imprevista que no soportaría convivir con un perro. (Y menos con dos perras). El sillón es mío, mío, mío.

Una vez esperé a alguien dos horas y cuarto en el Café de la Paz. Desde ese día lo odio.

Por razones espúreas devoré en dos noches la Antología de la poesía surrealista de Aldo Pellegrini. No entendí un pito.

Hoy, un comentario "inocente" en medio de una conversación laboral me hizo revivir un trauma de la adolescencia tardía encarnado en un pantalón pescador celeste.

Mi primer lapiz labial no fue Tammy, fue un inexplicable Puppa rojo pasión. Parecía una mezcla infame de Leebon Kennedy y El Guasón.

En segundo año del colegio secundario corté con un noviecito a través de mi mamá. Hoy creo que el karma me lo sigue haciendo pagar...

Ciertas cosas perdidas por causa de Taller 2, no se vuelven a encontrar.

Cuando tenía 11 años escribí en mi diario: "La suerte de la fea la bonita la desea". Todavía me estoy riendo.

Sé lo que no tengo y no lo puedo comprar...

Hoy escribí una laaaaaarga recapitulación de mis últimas experiencias laborales. En realidad fueron dos. La primera, un mail dirigido inexplicablemente al médico de cabecera de buena parte de mi familia, me dejó convencida de que estoy pasando un gran momento profesional (y ahora es cuando el yunque marca Acme me cae de canto en el cráneo...). La segunda fue una revisión jocosa de la odisea del empleo en atención al público y la convivencia forzada con la urticante especie bibliotequeril (enviada al jefe, al maestro, al mentor de mentores y al patriarca de los pájaros de cierta área disciplinar a la que amo pertencer).

Hoy entegué el resumen de una ponencia para un congreso, una persona con la que no trato frecuentemente me escribió para elogiarme un texto, recibí un mail de un amigo con sus particulares comentarios sobre un proyecto editorial del que participo, tres personas tres con las que habitualmente trabajo me elogiaron de diferentes maneras, todo antes de las cuatro de la tarde.

Hoy hice tres trámites bancario-inmoviliarios, leí a Susan Sontag en el subte, con la intervención de mi amigo del párrafo anterior me gané una remera, averigué precios y compré un regalo colectivo para una compañera de trabajo que se jubila, me regalé una remera y un par de zapatillas, fuí al supermercado y abastecí mi heladera y me dí unos cuantos gustos frívolos, organicé mis mails, preparé la cena y regué las plantas, todo antes de las diez de la noche.

Hoy me sentiría satisfecha. Si no fuera por este estúpido vacío, este agujero negro de pacotilla que se abre cuando quiero ser ingeniosa y escribo esto en la madrugada, y que me impide cerrar mi declaración de amor propio con estilo. Que me deja con un "pero" de neón fosforescente. Si no fuera porque me siguen faltando cinco para el peso.

Buenos Aires me mata: o tranquilamente Actitud BA

Hoy tuve que hacer un trámite laboral odioso. Como ayer no dormí como corolario del post anterior, mi malhumor era probervial. Pero...

Primero, en el subte, un señor totalmente meterete le explicó a una mujer que viajaba con su nena en qué estación bajar para hacer compras por Once. Incluso le pidió precisiones: "¿Van a comprar ropa o cosas para el colegio?". A partir de la información recabada hizo su recomendación.

Un par de estaciones después, un señor muy circunspecto y trajeado comenzó a maniobrar desesperadamente para atender su celular que tenía como ringtone la cortina de Montecristo.

Llegando ya a mi lugar de reunión, cruzo por Florida y encuentro a una estatua viviente que no era tanguero ni diosa griega: era ¡La Momia de Karadagián!

¡Cómo me gusta esta ciudad!


Frase final dedicada a mi amiga Madano (sepan disculpar)