Mi nombre no es Earl, pero…

No tengo del todo claro cuál es la fuerza superior que organiza el equilibrio del universo, pero estoy convencida de que el universo tiende al equilibrio. Por ejemplo, para que en el mundo haya un selectísimo grupo de personas interesantes, tiene que haber un batallón de idiotas con los que lidiar en el día a día… El mismo razonamiento se aplica las personas buenas, a las bellas y a las inteligentes (no hablemos ya de las “todas las anteriores”).

Nuevamente, no tengo claro cuál es el ente, o el ser (¿o el Ser?) que se ocupa de garantizar el equilibrio universal, pero estoy segura de que tiene algo que ver con esta ciudad. Buenos Aires es las más de las veces la encargada de mi karma personal, y como tal, de asignarle castigos y recompensas a mis acciones y elecciones, aunque algunos se empeñen en atribuirlo a la casualidad. Valgan dos ejemplos.

Decidida a cumplir con una formalidad que me obliga a acercarme al microcentro en plena vorágine oficinística, la ciudad siempre se encarga de regalarme un nuevo encuentro con uno de mis freaks urbanos favoritos, la estatua viviente y su maravillosa celebración de la Nada. Esta vez, como premio especial, la estatua no era la momia blanca, Carlitos Gardel o el GI Joe que otras veces me han deleitado. Era Edward Scissorhands, el mismísimo Joven Manos de Tijera, con todo el esplendor de su melancolía burtoniana.

Pero, una de cal y una de arena, apenas dos días después, como castigo a mi tendencia permanente a la procrastinación tuve que tomar un taxi. Además de la abrumadora cantidad de dinero que debí pagar para expiar mi habitual culpa de impuntualidad, el señor tachero me castigó todo el viaje con un cd de Grandes Éxitos de Ricardo Arjona, que cada tanto tarareaba. Para colmo, los pocos momentos en que se resignaba a bajar el volumen del estéreo era para discutir acaloradamente por celular mientras manejaba a 100 por hora por la General Paz sosteniendo apenas el volante con la yema del dedo anular…

2 comentarios:

Cinzcéu dijo...

Ése no era un tachero, era la encarnación del 666, dios (¿o el Ser?) nos libre, ahijuna.

Anónimo dijo...

¿Has leído "Las Nueve Revelaciones" de James Redfield?