Siempre estoy tentada de escribir un post depresivo. Hace dos segundos se me ocurría un sintagma maravilloso como “No seré feliz, pero…”, pero no se me ocurría ningún pero. A veces me parece que podría tener éxito armando una serie de entradas sobre “Cosas que le pasan a otros”. Se me ocurre que sería una manera perfecta de poner las cosas en perspectiva.
Ayer tenía clase de italiano. No fui. No tuve ganas. No quisiera sobre analizar la cuestión, últimamente no tengo ganas. Punto. Y no quisiera volver sobre el asunto del karma, pero no puedo dejar de pensar en otra frase clave, que viene siendo “Nunca una fácil”.
Aclaro… Voy a clases de italiano por múltiples razones. En primer lugar porque me gusta. Razón necesaria y suficiente para invertir en ello mis magros ahorros de reciente desocupada. En segundo lugar porque tengo la vaga fantasía de alguna vez volver a Italia (el primer viaje sería un buen relato, si tuviera ganas, claro) y posiblemente “estudiar” allí por un tiempo. (Cabe aclarar que lo que en mí es una vaga fantasía es para muchos miembros de mi familia una realidad pronta a materializarse. Hay un sector que ya acampa en Migraciones y todo…)
Volviendo a aquello de “Nunca una fácil”, aclaro. Más allá de que me gusta aprender idiomas y de la débil veta pragmática del asunto, durante cuatro años disfruté de mis clases de italiano por la compañía. El azar (y el horario del curso, supongo) había reunido a un grupejo de sujetos interesantes, culturalmente inquietos y con sentido del humor. Ese grupo prosperó generando incluso un par de encuentros de comida y bebida al por mayor muy satisfactorios. Pero esa socializad incipiente se estancó, junto con el resto de los casilleros de vida, hace más de un año. (Acá aclaro, antes de que me critiquen con innecesarias dosis de violencia, ya se que no están estancados todos los casilleros de mi vida, es sólo un énfasis dramático, tengo amistades maravishosas, lo sé, lo sé, no me olvido).
¿Qué sucede ahora? Comparto mi clase con diez señoras muy aseñoradas. Una señoras “divinas”, claro, pero cada una de ellas podría ser mi madre. Y yo quiero a mi madre (sé que a veces no parece pero, créanme, la quiero), pero no comparto con ella (o con su estilo) actividades ligadas al esparcimiento. ¿No podría haberme tocado un grupo un poquito más afín? Ahora sí: “¿Nunca una fácil?”.
De todas maneras, me gustaría confesar el verdadero motivo de queja y de la frase. Tengo una profesora que es, ella sí, joven, pero con la que no logro llevarme del todo bien. Es una sensación extraña, porque no nos conocemos, ni pasamos tanto tiempo juntas, pero tengo la sospecha de que no le caigo bien. ¿Por qué? No tengo idea, sólo sé que siento una mezcla de distancia, rechazo, incomodidad, que hacen que no me divierta ni un poco en esas clases. Pero incluso así, no puedo dejar de pensar que toda la incomodidad es de mi parte, y pura y exclusivamente por efecto de un triste contraste.
Mi antiguo profesor de italiano era nada más y nada menos que Marco, el candidato.
Nunca una fácil…
Publicado por Isa el 9/11/2007
Etiquetas: Desvarío idiolectal, La familia es la familia es la familia, Yo: un tema apasionante
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Señorita Isa:
Sugiero, la invalidación de los signos de interrogación.
Nunca es fácil.
Publicar un comentario