Es notable cómo se puede ser consistente en el error a través de los años. Me atrevería a decir que es casi una muestra de coraje defender gallardamente un principio momificado de Cultura que no pueda concebir la existencia de fenómenos alejados de las "Bellas Artes" como manifestaciones culturales de la sociedad. Pero La Nación lo hace de nuevo, por algo lo lleva en su adn (para un segmento social tan ajeno a las modas, que incómodo titular un suplemento Cultural con minúsculas...). Por primera vez decide poner en tapa a tres autores alejados del canon (tan alejados que estarían negando la propia existencia del canon, todo hay que decirlo) y está tan incómoda con la decisión que decide abrir con dos movimientos que son uno: pedir disculpas (no al lector sino al canon) y bastardear el fenómeno que intenta explicar. Una exquisita demostración de la mala conciencia con la que las iluminadas mentes de la redacción pagan su culpa por haber atendido a los cantos de sirenas que buscan alejarlos de la Buena Civilización.
Arranquemos por la notita de Damián Tavarovsky por su título con punch: "La paradoja de libros que ganando, pierden", sabia decisión del Editor, dado que en el cuerpo del artículo la poderosa frase está entre paréntesis y exuda un todavía más oscuro onanismo intelectual: es el "albur" de la paradoja. La nota es un leve recorrido por algo que tranquilamente podríamos llamar modas editoriales, si su autor no le tuviera tanto miedo a la palabra moda. Después de una introducción con dudoso empirismo: esto existe, Tabarovsky busca despegar su mirada de la obvia incomodidad ante el escándalo con la frase "no hay que escandalizarse por eso (desconfío de la figura del escritor progresista que trabaja de indignado profesional)". Una notable paradoja que lo convierte en un escritor progresista que desconfía de su propia indignación. Su argumento, finalmente, está en el último párrafo, donde ubica la mentada frase. Parece que estos libros tienen todo para perder. ¿Qué y por qué? No se digna a explicarlo. Se trata de un axioma que devela con un pase mágico al final: nada importa porque esos libros no son Literatura, ni siquiera son para Leer.
Si lo de Tabarosky da un poco de pena, el Editorial de Jorge Fernández Díaz ya es tragicómico. Se titula "Perdón, Flaubert". ¿Hace falta agregar algo más? Calculo que no, pero por las dudas... En este caso no vale la pena siquiera la paráfrasis, el Editor se encargó de escribir precisamente los argumentos de su refutación: "Hubiera sido más fácil y cómodo elegir a Flaubert que a Pettinato, Rolón y Sebastián Wainraich. La exquisita prosa de Julian Barnes, uno de los novelistas más importantes del mundo, acerca del canónico padre de Madame Bovary hubiera sido una portada altamente valorada por los fieles lectores de adn CULTURA."
Lo más interesante es que no conforme con demostrar la incapacidad de su redacción para comprender los fenómenos culturales contemporáneos, la expone orgullosamente: "Para responder esos interrogantes queríamos una visión incontaminada y sin prejuicios, y entonces descartamos la posibilidad de encargarle la nota a un periodista cultural. El informe le fue adjudicado a una periodista de fuste, pero de las hard news: Alejandra Rey, una muñeca brava que investigó la mafia y el poder, y que sobrevivió a todo tipo de calamidades profesionales y personales". (Nótese el anacrónico detalle de color de la misoginia que carga a "muñeca brava".)
Me resulta fascinante cómo La Nación insiste en instalarse como la retaguardia de todo lo que es Bueno, Bello y Verdadero, amparada en una muestra tan cabal y sincera de pereza mental.
* Miren, miren, yo cito a filósofos griegos resignificados por el 10 y nadie me paga dos mangos por esta demostración de brillante hibridación intelectual. El mundo ha vivido equivocado, ya lo dijo Fontanarrosa (¡y ahí lo hice otra vez!).
La paradoja de Zenón de Elea (o tranquilamente Se te escapó la tortuga, La Nación)*
Publicado por Isa el 6/07/2008
Etiquetas: Consumiendo industria cultural, La Verdad- la Razón y la Justicia
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