Lo que se hereda no se roba

Siempre relato la obsesión gastronómica de mi familia por el lado del exceso. Pero me gustaría apuntar dos o tres favoritos que tienen poco que ver con la abundancia o los ingredientes "gourmet". Como herencia de los tiempos de verdaderas privaciones que yo no viví, pero que recuerdo genéticamente, está el fanatismo invernal por las legumbres. Hoy hay un sector sibarita que gusta de recetas como "Pasta e faggioli", que deja automáticamente su sesgo glamoroso si la llamamos como lo que es, fideos con porotos. En la misma línea se ubica un clásico familiar: pasta e cecci (o pasta con garbanzos). De hecho, según cuenta la leyenda familiar, varios inviernos se pasaron a puros cecci y verdura (una especie de radicchio salvaje que crecía en el fondo de casa).
Pero lo que quería comentar, ahorita, es un "gusto" que nos damos con mi hermano cuando nuestra alacena entra en modo "pobreza espiritual" (como decimos jocosamente desde la obcenidad de nuestra abundancia). Se trata de un tazón de té o mate cocido azucarado en el que vamos sumergiendo chanchamente galletitas de agua... En la línea de eso que hoy se llama pomposamente "confort food", cada tanto nos empachamos de infancia.

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