Que me perdonen nuestros hermanos los primates por esta ofensiva analogía...

Acabo de soportar uno más de los múltiples encuentros con el maltrato cotidiano que nos depara esta ciudad. Mi contrincante en el round de hoy fue Ticketek, encarnada (nunca mejor dicho, se verá) por sus matoncitos a sueldo contratados como "seguridad" para la venta de entradas del concierto de Madonna. Primera aclaración importante: yo no voy a ver a Madonna, ergo, me importa muy poco su concierto, su venta de entradas y/o sus matoncitos a sueldo. Pero... Los señores que monopolizan la venta de entradas a espectáculos en la ciudad de Buenos Aires decidieron, gracias a una proverbial incompetencia, que deba lidiar no sólo con los matoncitos sino con la horda de fans enardecidos que no lograron comprar sus entradas (esto porque la empresa en lugar de tener una política lógica para la cantidad de entradas vendidas por persona, decide alimentar a todos los queridos tránsfugas que harán su negocito con la reventa...)
Intentaba yo hacerme de unas entradas (para los maravillosos, geniales y supercalifragilísticamente talentosos Les Luthiers) que había adquirido por internet (doblemente monopolizadas por Ticketek, dado que acepta una única tarjeta de crédito) y por las que había pagado una suma escandalosa por "Costo de servicio" para evitar la tan argentina costumbre de hacer cola frente al teatro. Cuando llego al "punto de venta" la situación era un caos. Había 500 personas esperando pasar sacar entradas para Madonna, para cualquier otro concierto, espectáculo y/o evento comercializado por Ticketek (hagan la cuenta) y para retirar las susodichas entradas. Los monos de seguridad contratados para la ocasión habían decidido, con la amplia y preclara visión que le dan sus inflados músculos, que una sola fila era lo más eficiente para "custodiar" (léase esto, prepotear gente con tonito superado, biceps en alto y venas a reventar). Cuando voy a preguntar, inocente yo, cómo hago para retirar una entrada me señalan una nutrida fila de fans ansiosos, compradores varios y seres anónimos con caras de fastidio. Cuando insisto en que lo que quiero es retirar una entrada ya comprada, el mono a su vez insiste, en un tono bastante menos amigable (como si el tono original hubiera sido algo así como amigable...), "es la misma para todo..." Para esa altura yo echaba humo por las orejas. Me banco bastante poco la incompetencia, menos aún cuando estoy pagando una suma escandalosa a una empresa que debe, en teoría, facilitarme el servicio y ahorrarme toda esta escena. Pero el hecho de tener que lidiar con ocho (no miento) monos, pero en especial con el portavoz, jefe del "operativo" con campera de cuero, gel en el (ralo) pelo y barbita candado de garca llevó las cosas a extremos límite. Esta podría haber sido una experiencia más de cómo nos dejamos avasallar por el sistema y somos incapaces de reclamar por lo que nos corresponde, si no fuera porque la situación se salió por completo de control cuando los monos tuvieron que salir a comunicarle a 500 tipos en llamas que no había más entradas para Madonna. Esto generó un revuelo importante, gente entrando y saliendo, desarmando la fila y el típico conflicto del reclamo "cómo puede ser que no haya más si hasta recién había..." Mientras los monos pretendían debatir con los susodichos fans, varios de la fila que estábamos allí como carneritos bancándonos esa situación al soberano pedo perdimos la paciencia en una mágica epifanía colectiva y salimos a increpar a los monos esgrimiendo el elmental argumento de que armar una única fila era una decisión bastante pelotuda, pero que además, cobrar extra por un servicio que no se brinda era, cuanto menos, una estafa. Los monitos espezaron a descontrolarse: la cordinación entre el movimiento de sus pesados cuerpos en simultáneo con un intento de lenguaje articulado, los hacía comportanse como Ben Stiller y Owen Wilson en la escena de Zoolander que cita a 2001- Odisea del espacio (si no la vieron, véanla). Uno de ellos, el matoncito portavoz, estaba dando clara rienda suelta a la agresividad efecto secundario de su dieta a base de anabólicos, pero al mismo tiempo (titánica tarea) intentaba tener algún tipo de victoria "verbal" con sus oponentes (calculo que su última neurona en funcionamiento comprendió que si fajaba a un cliente se le acababa la changa). Además de sostener permanentemente que "Yo no soy de Ticketek, a mí me contratan" (curiosa reflexión sobre la responsabilidad que se asume ante un trabajo, pero que no deja de ser cierta: como obviamente los monos sólo fueron contratados extraordinariamente por el bolonqui madonnesco (porsupuestamente en el más absoluto negro) si alguno de ellos en un exceso le rompe el cráneo a alguien, ¿quién responde por eso?), uno de sus brillantes argumentos fue decirle a un flaco que le reclamaba por el tiempo que estaba perdiendo, haciendo pucherito: "Vos estás estás acá comprando algo para divertirte, yo estoy trabajando para ganarme el sueldo..". El estupor que nos embargó a todos (incluido el pibe) fue tal que dejamos de tomar en serio al mono y partimos a hablar directamente con algun representante de un eslabón apenas más arriba en la escala evoluptiva (aunque yo para esas alturas tenía unas ganas irrefrenarbles de reventarle las pelotas de un rodillazo certero, pero me contuve imaginando que dificilmente pudiera infringirle el menor daño, la ingesta irrefrenable de anabólicos debe haberlo convertido poco menos que en eunuco). Después del planteo en masa los muchachos de Ticketek y sus matones neandertales "descubrieron" que la forma lógica y correcta de resolver el problema era habilitando unas cajas para retirar entradas, otras para los eventos regulares y el resto para el benemérico concierto madonnesco, con sus respectivas filas independientes. Así se descomprimió la situación en minutos, salvo para los que nos quedamos como unos pelotudos dejando autógrafos en el libro de quejas. Debo aclarar que me siento bastante pelotuda escribiendo en el libro de quejas, porque es evidente que lo leen para entretenerse en los cambios de turno (si lo leen) pero me indigó hasta tal punto pagar por un servicio y tener que lidiar con el maltrado de un cacho de carne con ojos que esta vez, sí, voy a perder más tiempo para nada y voy directamente a Defensa del Consumidor. Eso o pongo un par de bombas cual Club de la Pelea en 4 o 5 gimnasios de patobas de Buenos Aires.

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