Kant y el ornitorrinco

"Tengo la extraña sensación de haber vivido dos vidas. La que está escrita en los cuadernos y la que está fija en mis recuerdos. Son figuras, escenas, fragmentos de diálogos, restos muertos que renacen cada vez. Nunca coinciden o coinciden en acontecimientos mínimos que se disuelven en la maraña de los días".
Ricardo Piglia, Prisión perpetua

"Todo lo que antes vivía, directamente vivía
Se aleja, se aleja en una representación"
Pablo Dacal y la Orquesta de Salón, "El mundo del espectáculo"




Me gusta pensar que soy más rara de lo que soy y me duele pensar que soy más rara de lo que soy. Hay un extraño marketing de segmento, con un segmento cada vez más amplio y difuso y confuso para cierto grupejo de jóvenes argentinas contemporáneas, sobre todo las no tan jóvenes y las no tan contemporáneas. En la gran fábrica de novedades dentro y fuera de la industria cultural se habló de los coolhunters, incluso de los uncoolhunters, se habló de moda, de estilo y de Walter Benjamin (juas) y de todo el espectro de consumos que te hacen ser, estar, parecer, semejar (y otros verbos copulativos).
Hace un tiempo me preocupaba porque no podía ubicarme como target de más de una campaña de productos de consumo masivo; ahora me doy cuenta de que detrás de mi satisfacción porque las empresas no saben cómo hablarme para venderme desodorante o yogurt se esconde el terror que me despierta saberme tan predispuesta para comprar todo tipo de gangas en lo que a consumos culturales se refiere.
Me da culpa darme cuenta de que soy una compradora compulsiva de moda, de estilo, de pose y de antipose (decía mi sabia amiga D.). Y de la peor clase, de la que cree que sus modas y estilos y poses y antiposes no son moda, ni estilo, ni pose, ni antipose. De la que llega tarde a los fenómenos de gueto, a ser admiradora de la segunda hora, fagocitadora de citas, paratextos y críticas. Pero sobre todo, de la que no advierte que su rareza prefabricada se vende en tetrabrick y por docena.
Pero, ojo, no me lamento, no me quejo. Al contrario. Vivo en una época que te regala (o te vende) la posibilidad de ser tan raro, tan especial o tan extravagantemente "común" como te de la gana. Empiezo a pensar que lo único que vale verdaderamente la pena es aprender a disfrutar de cada "compra", hecha de gastos o gestos. Siempre logro indignar a Nina sentenciando que "está tan mal comprar algo que te gusta porque todos los usan como no comprar algo que te gusta porque todos los usan". Estoy cada vez más convencida de eso. Y eso no significa renunciar a amores y odios, a la fascinación y al asco. Todo lo contrario, es aceptar, por fin, el vía libre para los juicios de gusto.

A mí, por ejemplo, me gusta coleccionar citas y marco libros con los que formo un deforme I-Ching personal. ¿Y qué?

3 comentarios:

Imaga dijo...

"Pero sobre todo, de la que no advierte que su rareza prefabricada se vende en tetrabrick y por docena."


ud cree?


realmente cree?

Cinzcéu dijo...

"Lo esencial es invisible a la soja". Antoine de Sucre y Superí (Belgrano R)

La comprendo, es una etapa en el camino hacia la nada. Yo ya entré en estado de anticomunicación que consiste en que nadie sabe cómo hablarme e, incluso, si hablarme.
Es el estado en el que uno ya no es raro, especial, ni extravagantemente común sino llanamente ajeno. En rigor, es la vía regia contemporánea hacia un nirvana al reverendo cuete.
Un beso.

Isa dijo...

ImagaZool: yo sólo creo confusión. De eso estoy segura.

Cinzcéu: tipo, nada.