Buenos Aires me mata: "Me pareció ver un lindo lorito"

Recién, recién. Tocan el portero eléctrico.
"Hola, soy la vecina de enfrente. Se me escapó el lorito. Está en el balcón del 6º B pero no hay nadie, ¿no te podés asomar y fijarte si lo ves?".
¿Lo qué? Dios de Dios, ¿qué más se puede esperar de esta ciudad?
Como tengo un extraño sentimiento de vecindad que siempre me delata como esencialmente no- porteña, le respondo que espere y voy a mi balcón a espiar al loro fugitivo. En efecto, hay un animalejo que emite sonidos lorescos en el balcón de abajo respondiendo a unos silbidos que vienen, presumo, de la cochera. Vuelvo al portero y comento: "Mirá, lo escucho, responde cuando lo llamás, pero no lo llego a ver por la protección de balcón..."
Creí que el episodio había terminado. Pero volvieron a la carga.
"Sí, soy la vecina otra vez, ¿no me dejarías pasar a tu balcón asi lo hago subir por una sábana?"
What the fuck? Maldigo mi comprensión de la irracionalidad del mundo mientras respondo:
"Eeeeh, bueno, dale." Y me pongo a esperar que lleguen a mi piso.
Sorpresivamente, el portero otra vez.
"Si, te estoy esperando afuera. Yo no tengo llaves del edificio... Soy del edificio de enfrente"
Caramba. No es la vecina de enfrente del pasillo, entonces. Pienso: ¿Me están jodiendo?, pero lo primero que atino a preguntar es: ¿Y desde dónde le estabas silvando?. Ahora que lo pienso creo que superé el nivel de absurdo tolerable con esa pregunta.
Desde el cruce de las vías. La mismísima calle. 40 mts. más lejos y 7 pisos más abajo.
La aventura de dejar entrar a mi departamento a una completa extraña a rescatar un loro me parece de pronto altamente sospechosa. Y comienzo a psicopatearme. ¿Y si es una excusa para entrar a robar? Mi hermano, altamente cagón y paranoico, sospecha que el loro está "entrenado". Ahí comienzo a entender por qué me resultó verosímil que alguien pretendiera rescatar un loro por mi balcón. ¡Convivo con un lunático!
Cuando le aviso a la vecina que ni en pedo la puedo hacer subir en esas condiciones me explica que lo conoce al encargado y que yadda, yadda, yadda.
Mientras mi hermano me fastidia por "casi dejar que nos desvalijen el depto", subo a la portería a avisarle al boludo del encargado que si alguien quiere entrar a mi departamento a rescatar a un loro (o a lo que sea, for that matter) sería bueno que se le ocurriera que tiene que avisarme.
Como me confirma que la mina en cuestión es archi conocida, accedo a dejarla entrar. No contaba con una dificultad adicional a la epopeya de liberación del loro. Había anochecido y la bestia emplumada había decido dormirse. La vecina y su hija adolescente gritan, silvan, canturrean y arrullan, pero el loro no sabe, no contesta. Se van, finalmente, acongojadas pero con la promesa de volver mañana con luz de día a intentar una vez más el salvataje.
Dando por terminado el episodio hasta que Febo asome, me dedico a reirme de manera algo desaforada de la situación y de mi hermano y de sus ladrones con loros hi tech.
Mientras escribo esta crónica, una suerte de Cuentos de la selva en versión metropolitana de pacotilla, suena una vez más el portero. Es, ¡Sí!, la vecina que me cuenta que la mascota pródiga había decidido regresar a su hogar sana y salva.
La odisea del loro perdido había terminado.

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