Me tomo cinco minutos...

Desde que las fuerzas del mal, encarnadas en la institución gubernamental que me contrata para una tarea abyecta por un mísero emolumento despreciable, han acabado con mi sistema inmunológico, no puedo consagrarme al consumo de uno de los más maravillosos estimulantes legales que la conquista de América los legó: “tenemos un buen café, aromático y sabroso, café de Rodrigombia”, dice Les Luthiers.
Desde entonces, me he iniciado en el camino del té, en busca de paz, iluminación y menores dosis de acidez. Tarea nada fácil luego de haber dedicado los últimos 25 años de mi vida a la degustación de elixir cargado, negro y amargo de cafetera Volturno. No sin esfuerzo, entonces, construyo esta guía no exhaustiva de la oferta de té, cual Inés Bertón de entrecasa.

-En primer lugar cabe mencionar a todas las variedades de té entendidas como “eso que le pongo a la taza de agua hirviendo cuando no quiero tomar café”; léase La Virginia, Taragüí, Crysf o (mi madre siempre gana) Té Día (en algún momento alguien debería encarar una prolija lectura de las segundas marcas de supermercado, y específicamente las terceras marcas de supermercado de segunda marca. ¿O serán de cuarta?). Dentro de esta categoría encontramos luego las variaciones de presentación: té en hebras, en saquitos “sin hilito”, en saquitos “con hilito” y en “saquitos ensobrados” (con odio especial hacia los segundos).

-También existe un segundo grupo de tés “de mesa”, pero con aspiraciones. Ahí aparece Green Hills (que es tan malo como cualquiera pero tiene nombre british y cajita verde inglés); o el Virgin Islands (que no sé por qué carajo se llama así si lo hace La Virginia en Santa Fé, del que o-d-i-o su estúpida enunciación elitista con su logo con serif, sus tazas de porcelana rococó y su irritante “Fine Tea specialist”, pero que cumple razonablemente con mis expectativas de sabor e impacto “bolsillístico”). En esta categoría entra también el té Lipton, una burda patraña mercantil definible con la cristalina afirmación “caro al pedo”.

-Y están, claro, los tés gourmet. ¡Ahhhh, ese es otro cantar! Desde los tecitos con naranja, frutilla, canela y otras yerbas (no confundir con el mate cocido, por favor) hasta los varietales de té Earl Grey, Ceylon, Darjeeling. De pronto se instaló una oferta cuantiosa de estos tés en el mercado. Lentamente volvieron los importados de Twinings (caaaaaaaaaaaaaaaaaros pero buenos) y se instaló Taragüí en este segmento con su variedad Internacional. Más un reciente descubrimiento: Inti Zen. La iluminación del té, una joyita de diseño decó andino (?) con gustos locos como Inca Rose (“Cosecha de enero de Ceylon (Sri Lanka) con esencia de pura bergamota italiana, perfumado con pétalos de rosa de la Patagonia Argentina, sensual y delicado...”). Este último es un genuino exponente de este momento neogourmet de la conciencia urbana palermitana (o caballitense, ¿por qué no?): Es muy mucho más caro, incluso que el Twinings, sus sabores locos se sienten apenitas, pero ofrece un inestimable plus de goce estético.

-Todo ésto para reivindicar mi gasto en esa preciosa cajita negra con sobrecitos de colores con té “Silencio andino: flores de manzanilla de Latinoamérica y cascaritas de naranja combinadas con la pureza del té verde de Oriente, pretende la universalidad, armoniza cuerpo, mente y espíritu”, aunque mi madre se empeñe en sostener que es igual a la manzanilla Día. (Y para agregar que los cambiaría a todos, t-o-d-o-s, por una taza grande de humilde La Morenita).

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