Middle East(er) War

Mi familia nunca fue especialmente religiosa, por eso las festividades a las que adscribe tienen mucho más que ver con rituales propios y consumos profusos de alimentos calóricos. Entre todos, siempre destaca una suerte de "Desafío Pepsi" o blind test de degustación. Todas las mujeres de la familia tienden a evaluar "su" producto elegido buscando generalizada aprobación, pero partiendo cada una de una premisa diferente y mutuamente excluyente, a saber: "Caro pero el mejor", "Casi no tiene diferencia..." y "Casero tiene otro sabor".

Uno de los episodios más recordados vinculados a esta práctica tuvo lugar en la previa de un viaje a la tierra de los ancestros. Entre los kilos de bártulos a regalar (con altísima presencia de típica mersada autóctona con gauchitos y tangueros for export) no podía faltar, en una familia tana que se precie, el aporte gastronómico. Hubo claro, dulce de leche y alfajores al por mayor. Endeudados ya de tanto Havanna, Madre sugiere que para qué gastar tanto si en alfajores de dulce de leche los clásicos marplatenses se parecen muchísimo a (atención): "Jorgito, el nombre del alfajor". Ante las risas generalizadas Madre se apersona munida de una unidad de cada contendiente y en la mesada de la cocina, alejada de la vista de los "catadores", corta cada alfajor al medio y mezcla las mitades antes de ofrecerlas a degustación. ¿El resultado? Dos cajas de Jorgito de kilo y medio al fondo de la valija; Madre satisfecha con cara de "¿vieron cómo nunca me equivoco?" y participantes de la prueba que comentan por lo bajo: "Parecidos no son, pero compro. Ya no somos pijoteros, sólo tenemos problemas de percepción..."

Toda esta explicación (que podría repetirse para turrones y pandulce navideños, roscas de pascua, helado o incluso productos de verdulería, quesos y fiambres o asado de tira) sirve para enmarcar la absurda escena acontecida esta última Pascua. Al momento de "romper los huevos" (digamos, literalmente...) cada representante, fiel a su ideología, hace aparecer su adquisición. Hay, sin embargo, una variable espuria: además del huevo fifí, el proletario y el de la panadera "casi como si lo hubiera hecho yo", surgen sendos Kinder Gran Sorpresa que hacen las delicias de los niños de la casa. (Cabe aquí la aclaración: el menor tiene 15 años y fue de todos el que manifestó menor excitación ante la posibilidad de "armar el chiche").

Así, tras la tradicional "cata", corroboramos que chocolate, chocolate sólo el "caro pero el mejor"; admitimos que "casi no hay diferencia" porque aunque la hay, hay chocolate; y que el "casi como si lo hubiera hecho yo" tenía unos confites horribles pero venía con un conejito de peluche asomando que era un primor. ¿Y la aneda? Pues bien, que una vez rotos los huevos y probados los fragmentitos de rigor, el chocolate seguía por allí, indemne. Porque allí, socavando las premisas de Madre, Tía y Abuela, los jóvenes sátrapas basaron su elección en: "el envoltorio de papel brillante", "el juguetito en el interior", y el cuidadoso malabarismo de no herir suceptibilidades de ninguna generación.

No hay comentarios: