Delicias de la convivencia

Me gustaría apuntar sólo algunas de las cientos de razones que harán que algún día protagonice una conmovedora noticia policial por haber asesinado a mi hermano (con quien convivo) con algún método poco ortodoxo como drogarlo hasta la inconciencia para proceder luego a licuarlo con la minipimer.

¿Por qué justo ahora? Porque acabo de perder una lista de unas 15 url que uso con frecuencia porque el señorito decidió usar MI computadora para hacer alguna consulta decididamente reprochable que luego debió ocultar borrando por completo Mi historial de búsquedas.

Se que puede parecer hasta jocoso pero sólo cobra sentido en la serie (y con el agravante de que pasé los últimos ocho días encerrada en casa a mercer de sus ideas más descabelladas y, horror, de las de mi madre, que decidió dar rienda suelta a su instinto martes, miércoles y lunes feriado). Mi paciencia, naturalmente escasa, está en su umbral inferior.

Se verá que algunas son verdaderos clásicos de la convivencia, pero como en la mayor parte de los casos la convivencia se decide "de común acuerdo" y en este es "una razón de fuerza mayor", su potencial disruptivo tiende a ser mayor. Pero, tampoco quiero mentir, yo tengo mis "particularidades", y eso sólo tiende a agravar las cosas.

Sin orden evidente:

-No cambia el rollo de papel higiénico, claro. Si lo hace, desliza el rollo nuevo a continuación del tubito de cartón vacío (el adminículo que lo sostiene es del tipo "ganchito abierto"). Si por milagro decide eliminar el tubito, no logra desplazarlo más lejos que el interior del bidet. En en fragor de la investigación experimental una vez decidí no desplazar el cartoncito hasta la basura, esperando su respuesta. Se acumularon tres, sí tres, tubitos en el bidet antes de que me decidiera a cancelar el experimento. (Cabe aclarar que casi siempre le toca reemplazar el papel. Ha intentado reprochármelo en alguna oportunidad. No pudo contra el cabal argumento de que poco puedo hacer con su ratio de visitas al baño).

-Una de mis manías es la conservación de los alimentos. En casa hay todo tipo de envases plásticos herméticos, papel de alumnio, papel film, bolsas para freezer (con sus respectivos ganchitos), etcétera, etcétera. El susodicho siempre pero siempre que consume una rebanada de queso vuelve a guardarlo en la heladera sin protección alguna en un lugar por completo inaccesible a la vista, hasta que cuando por fín lo encuentro tengo que tirar la mitad porque está seco como suela. Un agravante para mí (sé que no para todo el mundo) es que, al igual que mi señor padre, mi hermano consume todos los quesos cortando desde el "corazón", dejando para el resto porciones cada vez más cercanas a la cáscara. En una época también "raspaba" la superficie de la manteca hasta generar un valle con la profundidad del cañón del Colorado.

-El baño de casa en lugar de una ventilación hacia el exterior tiene un ventiluz que abre hacia el lavadero (una continuación de la cocina). Cuando termina de bañarse sencillamente arroja su ropa sucia (¡y es realmente sucia!) a través del ventiluz. Es altamente posible entrar a mi cocina y encontrar a cinco metros la pilita con las medias, remera y calzones que se resisten a ingresar al canasto de la ropa sucia.

-Se calza y descalza en el living. Suele dejar varios pares de su importantes canoas Nº42 desperdigadas debajo del sillón.

-Ante el menor resfrío hace uso y abuso de pañuelos de papel que descarta en una bolsa de supermercado abierta a modo de cesto, que por supuesto tarda días en desaparecer del medio del paso.

-Nunca hace compras para la casa. De hecho, si yo no lo recuerdo no repone su propio desodorante. (Lo he tomado por costumbre, incluso, porque además de vago es miserable: el hedor de la fragancia berreta que elegía, cuando lo hacía, me intoxicaba cuando entraba al baño). El resultado: consume el mío y no me avisa. Creyendo que tengo uno de repuesto yo misma me he quedado sin desodorante. (Me acostumbré a esconder uno en mi cuarto para evitar imprevistos).

-El tema de esconder cosas en mi cuarto es harto frecuente. Ambos detestamos lo que hemos dado en llamar "momentos de pobreza espiritual", que no son otra cosa que aquellos días en que no hay en casa ningun elemento "golosinoso". El problema es que mientras él tiende a deglutir, yo tiendo a estoquear. Pero él suele tener, además, cierta dificultad para la divisoria de bienes. Siempre contó mal, se olvidó, o se tentó. Y cuando yo decido hacer uso de mi reserva ya no quedan ni las migas. Nuevamente la solución es enconder las golosinas en mi cuarto. (Recientemente entró a buscar un video y había dos Titas en un estante. Digo bien: había...)

-Pero el rasgo más adorable es que siempre, siempre, tiene algo que comentar sobre los errores ajenos. Es clásico su enojo cuando saco la basura y no vuelvo a poner una bolsa en el tacho. (De hecho, la basura es otro ítem a tener en cuenta: suele hacer pilas de altura considerable sin imaginar jamás que podría cerrar la bolsa y arrojarla. Los envases van haciendo equilibrio hasta que yo misma me canso. Es capaz de abrir una bolsa suplementaria al costado del tacho pero nunca, nunca, cerrar la bolsa y llevarla al palier a dos metros de distancia). Bastante seguido se da el siguiente diálogo:

Él: No te ofendas, pero te dije mil veces que si hay algo que me revienta es que saques la bolsa de basura y no pongas una nueva.
Yo: Tenés toda la razón del mundo, pero considerando que yo compré los ingredientes, preparé la comida y lavé los platos, actividades que implicaron que la bolsa se llenase y no sólo eso, sino que la cerré y la saqué antes de irme al laburo, ¿te resultaría muy extenuante reponer la fucking bolsa callándote la boca?

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