En la fila para entrar a un espectáculo tres mujeres hacen bromas sobre la supuesta desaparición de sus acompañantes masculinos, en misión de compra de entradas. Una pareja consolidada, una novia reciente, una Amiga. La primera sonríe displicente, la segunda desespera, la tercera inventa las bromas que la igualan a las otras. Total, ellas no saben. No conocen The Friend Zone.
The Friend Zone no es un lugar desagradable, no. Es tierno y acogedor, con la perpetua suavidad de Alcoyana, Alcoyana. Es cómodo. Eso. Sobre todo cómodo. Hasta que su eterna comodidad comienza a sacar ampollas como escaras. Una llaga tras otra, siempre en el mismo lugar.
La Amiga se muda a The Friend Zone sin terminar de entenderlo. La mayoría de las veces por culpa de un negocio inmobiliario frustrado: un problema de papeles, un crédito que no sale y el Dueño Vende que se arrepiente y decide dar marcha atrás. La “Oportunidad” se esfuma, junto con la luz, el pulmón de manzana y el jacarandá en la vereda y a la Amiga no le queda más remedio que cambiar de barrio y mudarse a un PH adorable, pero al que le faltan “detalles de terminación”.
The Friend Zone es un pueblo fantasma. Es Kansas, soledad en blanco y negro. La Amiga, su sempiterna habitante, nunca termina de acostumbrarse, por eso cada tanto viaja a Oz y al technicolor. Pero no hay Munchkins, ni brujas, ni Mago, ni zapatillas maravillosas, y a veces ni Toto, y tarde o temprano, más temprano que tarde, vuelve al hogar dulce hogar de la escala de grises.
A veces sale de viaje y conoce gente y hace bromas con parejas y novias recientes, fuerza todo lo que puede las ambigüedades para otear con evidente disimulo cómo el pasto del otro lado del cerco siempre es más verde. The Friend Zone es Spectre. Y Edward Bloom a veces llega demasiado pronto o demasiado tarde o, tras una breve visita, se olvida del pueblo para siempre.
The Friend Zone no es un lugar desagradable, no. Es tierno y acogedor, con la perpetua suavidad de Alcoyana, Alcoyana. Es cómodo. Eso. Sobre todo cómodo. Hasta que su eterna comodidad comienza a sacar ampollas como escaras. Una llaga tras otra, siempre en el mismo lugar.
La Amiga se muda a The Friend Zone sin terminar de entenderlo. La mayoría de las veces por culpa de un negocio inmobiliario frustrado: un problema de papeles, un crédito que no sale y el Dueño Vende que se arrepiente y decide dar marcha atrás. La “Oportunidad” se esfuma, junto con la luz, el pulmón de manzana y el jacarandá en la vereda y a la Amiga no le queda más remedio que cambiar de barrio y mudarse a un PH adorable, pero al que le faltan “detalles de terminación”.
The Friend Zone es un pueblo fantasma. Es Kansas, soledad en blanco y negro. La Amiga, su sempiterna habitante, nunca termina de acostumbrarse, por eso cada tanto viaja a Oz y al technicolor. Pero no hay Munchkins, ni brujas, ni Mago, ni zapatillas maravillosas, y a veces ni Toto, y tarde o temprano, más temprano que tarde, vuelve al hogar dulce hogar de la escala de grises.
A veces sale de viaje y conoce gente y hace bromas con parejas y novias recientes, fuerza todo lo que puede las ambigüedades para otear con evidente disimulo cómo el pasto del otro lado del cerco siempre es más verde. The Friend Zone es Spectre. Y Edward Bloom a veces llega demasiado pronto o demasiado tarde o, tras una breve visita, se olvida del pueblo para siempre.
3 comentarios:
Anhedonia
Hola!!!
Llegue aca desde "Efectos de sentido"... emocionada con la perspectiva de un "blog semiótico". Lindos blogs
saludos!
Bienvenida, Cenicienta. La semiótica no conduce a la felicidad sino a este blog, parece. ¡Albricias!
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