Alguien tenía que decirlo: Sirvén es una señora gorda

Dos notas a la frente [ya que no al pie (cuac)]:
*Sé que esta extención es una invitación al abandono. No me importa. Últimamente las decisiones de publicación resultan bastante trágicas. Insisto en el concepto: este boliche es mío y hago lo que quiero. El que se aburre, su ruta.
**Gracias a Landrú por el concepto del título.

Me encanta leer la columna dominical de Pablo Sirvén en La Nación para indignarme. Desde hace tiempo tengo ganas de escribir algo al respecto, pero no logro elaborar más allá de la conclusión que lleva por título esta entrada. Me cuesta trabajo poder articular una serie de argumentos racionales sobre la indignación que me produce su indignación sobre la actualidad televisiva. Voy a intentarlo…

Sirvén supo ser uno de los primeros críticos especializados en TV. Pero lo que puede decirse de él es apenas que es “prolijo”. Sus antologías sobre la televisión (o su participación en la última gran antología, asociada de manera más directa a Carlos Ulanovsky) dan cuenta de una gran rigurosidad en la búsqueda de datos, un sistemático registro de la programación televisiva y, muy especialmente, del “contexto” mediático. Pero la sensación es que de “televisión” sabe muy poco. Y me remito a dos notas del prólogo a la edición 1998 de su libro Quién te ha visto y quién TV, a cargo de Silvina Walger. La primera alude al prólogo de la primera edición (en 1988), escrito por Carlos Ulanovsky: “destacaba el hecho de que el autor al hablar de la televisión ‘revelaba las estructuras del poder, público, político y televisivo’. Cuestionaba en cambio su rechazo a ahondar en el análisis de contenidos.” La segunda busca definir al autor- especialista: “Experimentado crítico de televisión, Pablo Sirvén se ha destacado siempre por la mesura y la asepsia ideológica de sus juicios”.

Siento que no haría falta seguir argumentado cuando mi punto es probado sin esfuerzo citando un comentario sólo en apariencia elogioso a cargo de la persona elegida por él para prologar su libro. Pero me interesa tirar un poco más de la cuerda. Cuando digo que Sirvén sabe muy poco de televisión me refiero a por lo menos tres cuestiones fundamentales: no sabe de lenguajes, no sabe de géneros, no sabe de estilos. Su “crítica” suele montarse sobre verdades de Perogrullo, sostenida por débiles argumentos ligados al gusto (o para peor, al “buen gusto”).

Su sección informa de pases, figuras y rating, pero sin dejar jamás de abominar de la televisión contemporánea, comentando (en general escuetamente) con argumentos elitistas aquello que para el diario es “televisión de calidad”. En la nota de Stiletano sobre el debut de El gen argentino (en La Nación 29/08/07) se habla de “programa de divulgación cultural”, y se cuestiona “cuál es la razón del apuro para enunciar (con el respaldo habitual del preciso dispositivo de producción de Cuatro Cabezas) curiosidades y datos sobre los elegidos cuando el afán didáctico del ciclo reclama mayor claridad y no tanta urgencia”. La pregunta que surge indefectiblemente es por qué negarse a considerar cualquier variable ligada al entretenimiento. Estamos hablando de un programa de TV cuyo eje principal implica que la gente vote a través de mensajes de texto (en el fondo, y en la forma, no es tan diferente a Gran Hermano o a Bailando por un sueño).

Me resulta especialmente grato el tonito entre horrorizado y moralizante utilizado para describir algunas tendencias actuales de la programación televisiva, fundadas ante todo en un profundo desconocimiento de cómo funciona el sistema de géneros y del carácter fluctuante de las relaciones figura/ fondo entre ficción y no-ficción. Bien le valdrían conceptos como “estilos de época”, “dominante estilística”, o sin ir más lejos, “programa de entretenimiento” o “reality show”.

Sobre Gran Hermano o Bailando por un sueño recaen las más pesadas críticas (cierre de universos de sentido: porque son fuertes, pero también porque son un plomo). Es cierto que pueden agotar la paciencia del más pintado por su altísimo grado de presencia mediática (intra y extratelevisiva), pero ¿cuánto aporta a la cuestión que ocupe líneas y líneas de farragosa prosa destinadas a su denostación? ¿Por qué no preguntarse jamás por el fenómeno en sí antes de salir a reclamar a padre, tutor o encargado (sea el COMFER, los productores o los directivos de los canales) que nos mande a la cama sin postre?

Me gustaría dedicarme especialmente a desmontar un editorial de Sirvén, para demostrar que además de no ver televisión tampoco sabe argumentar. “La TV, mucho peor que mala” ya era peor que malo, pero para colmo ayer decidió meterse con la televisión “autorreferencial”, caro objeto de estudio para personas caras a este blog (para no hacer esto demasiado largo, sólo voy a decir que toda su argumentación desconoce nada menos que una operatoria básica de la cultura aplicable a cualquier proceso de creación. Si quieren pueden directamente ir a leerlo en todo su esplendor aquí).

Como primer dato, en el artículo se apostrofa a los contenidos televisivos con términos como “desagradables”, “descalabro”, “deterioro”, “vulgar”, pero creo que la elección más apropiada es esta joya que articula lo mejor de su ideología y de su léxico: “trapisondas del lupanar mediático”.

Textualmente:

“…el poder de la tecnología, que dispara los contenidos que antes monopolizaba ese sistema hacia formatos y artefactos inesperados y más versátiles (cable, DVD, celulares, sitios de Internet, etcétera) y vuelve cada día más obsoletos sus géneros, modalidades y horarios…”


Aquí aparece con fuerza algunas dificultades de conceptualización de Sirvén. Si bien estos cambios hablan a las claras de una modificación en el consumo, todavía no hay señales claras de estabilización en cuanto a producción: el desarrollo de géneros y formatos específicos para celulares e Internet está en pañales. Todavía, como en el inicio de cualquier nuevo medio, los contenidos y formatos tradicionales se adaptan a las nuevas posibilidades de soportes y dispositivos. Sólo un ejemplo: la descarga de contenidos televisivos a través de sitios de torrentes o p2p permite acceder a versiones idénticas a las emitidas en TV, con las marcas de fin de bloques para la tanda. ¿Cuál sería la diferencia sustancial entre eso y grabar un capítulo de una serie y adelantar los cortes comerciales con el flashfoward en la vieja y querida videocassetera (en término de ese programa por supuesto, no en términos de lo que es “ver televisión” que es otra discusión)?

“En un nivel peor que malo los gerentes de programación de los canales más vistos nos fatigan con su guerrita infantil de avisos cruzados, uno (Canal 13) para autotitularse "líder absoluto" o "gran líder" porque le ganó a Telefé el mes de agosto por una décima (¡una décima!) y el otro (Telefé) para contestar que es "líder" (así a secas) porque de enero a agosto de este año viene superando a su más próximo competidor por 13,7 puntos a 12,1. A ninguna de las dos emisoras, que ahora disputan el favor del público décima a décima, les conviene contrastar el rating general de agosto de 2007 (38,29 puntos, según Ibope) con el mucho más sustancial de agosto de 2004 (45,87), para no hablar del descenso en el encendido de los últimos tres meses (38,95 a 38,29)”.

Me parece sencillamente maravilloso que le parezca un oprobio que los canales se disputen una décima y él sostenga como argumento contundente una merma de 0,66 en el encendido, que más bien parece indicar que a dos de los encuestados se les quemó una válvula del televisor el día del granizo…

También resulta interesante constatar que la única fuente citada en el artículo es “Consejo de Televisión de Padres de Familia de Estados Unidos”, organismo al que le temería si pudiera imponer su criterio sobre la radiodifusión. Asumo (quizá prejuiciosamente) que sería algo así como otorgarle poder de veto sobre la programación televisiva a Lita de Lázzari y la Liga de Amas de Casa.

Y para cerrar:

“El deterioro del medio ya no reconoce fronteras, es generalizado e, incluso, toma de lleno a países, como los Estados Unidos, donde, aun con regulaciones más estrictas en la materia que las nuestras, el descalabro ya se intuye.” (…) “Hay lugares donde la televisión abierta está mal y otros donde está bastante peor. No hace falta, por razones un tanto obvias, aclarar por qué la nuestra revista, de manera tan entusiasta, en el renglón más oscuro”.

No creo que valga la pena aclarar que el “descalabro” de la TV en Estados Unidos no “se intuye” sino que empezó hace décadas, con programas tan diversos como aquellos que en Argentina vivieron ya su breve esplendor y su ocaso: los “talk shows”; o el desarrollo absolutamente abrumador de los “reality game shows” (llegando al extremo de Kids Nation, reciente reality que lleva a niños de entre 8 y 15 años a convivir aislados con las condiciones de vida del lejano oeste), o los culebrones de las tardes, como General Hospital o All my Children (o… siguen indefinidamente las firmas), o los programas de “chimentos”, que, oh, sí, existen (los famosos “Gossip shows” y su siempre creciente preocupación por el alcoholismo, la drogadicción, los intentos de suicidio y otros temas menores, como si Britney Spears usa o no usa ropa interior).

Vale la pena aclarar que en el horario de los denostados programas hay en televisión abierta ficciones, noticieros, documentales e incluso el susodicho programa catalogado como “divulgación cultural”; y en diferentes horarios (no necesariamente marginales) programación deportiva sobre fútbol, tenis y automovilismo; programas infantiles todas las mañanas (los siete días de la semana), noticieros y flashes informativos (a toda hora, pero de manera estable, mañana, tarde, noche y trasnoche), programas periodísticos/ políticos de opinión (en horario de prime time); programas documentales, culturales y musicales, ficción de producción nacional diaria y unitaria (telenovela, telecomedia, telecomedia juvenil, ciencia ficción).

Mi única preocupación en el último tiempo es definir si estos exabruptos sólo son propios del adn cultura de La Nación, Sirvén y sus ruleros, a quién le recomiendo que se de una vueltita a mirar la Rai: sus noticieros interminables de un solo plano y una sola cámara o sus infinitos ciclos a lo “Sábados circulares de Mancera”, para corroborar que si nuestra TV destaca debe ser porque es una de las más creativas del mundo. O, decididamente peor, si detrás de tanto ataque no hay una oscura lucha de poder sobre la titularidad de las licencias y el reparto de la jugosa torta publicitaria.

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