El origen de las especies

Luiggi era el tercero de cinco: menor que Giustina y Giusseppina, mayor que Giovanna y Carlina. Había nacido en el diecinueve y estrenaba sus veinte cuando vino la leva. Fue al frente por primera vez en el otoño de 1940. Primera y última: esa única vez alcanzó para que lo tomaran prisionero.
Tras un breve lapso en territorio europeo, le tocó vagar con otros tanitos cautivos a bordo de un carguero. Bordearon África, cruzaron el Atlántico y se abrieron paso hacia el Pacífico por el pasaje de Drake, y subiendo, subiendo a la vera del continente americano llegaron a San Francisco, en la costa este de Estados Unidos.
Los primeros meses fueron sólo calor, sed, oscuridad. El resto, calor, más que nada calor, trabajando durante años en las planchas a vapor de las tintorerías industriales.
Logró volver al pueblo seis años después. El mundo ya no era el mismo, su país no era el mismo, él era otro. Volvió a su vida de siempre, otra vez al campo, a la viña, pero más cerrado, más callado, taciturno. Siempre había sido esquivo, pero ahora se escondía detrás de los libros que había traído, se encerraba detrás de una pared de letras que ni su familia ni sus amigos podían comprender. Había decidido quedarse solo. El que había vuelvo era otro, y ese otro no quería participar de la tímida socialidad de posguerra.
Pero la vida sigue, dicen. Y su hermana menor, que había estado noviando desde hacía tiempo con un vecino del pueblo, empezaba a hablar de casamiento. Pero había un inconveniente. El noviecito tenía una hermana mayor todavía soltera con prioridad de boda, por una ecuación extraña de la flamante parentela. El padre de Luiggi decidió resolver el conflicto con una doble boda: a la parejita de enamorados originales se le sumaron ellos, el muchacho solitario y reservado y la muchachita atolondrada y regordeta. Él los dejó hacer. No tenía mayor posibilidad de oponerse. Pero tampoco tenía la energía o la convicción para oponerse. Cuando se quiso acordar vio llover arroz sobre su cabeza como quien ve llover. Muchos años después les contaba esta historia a sus hijas, como un cuento trágico a la hora de ir a dormir.

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