La tolola es una especie femenina despreciable. Posiblemente la más despreciable de todas las especies, sobre todo en casos avanzados de tololez. El prototipo de tolola es una mujer joven, pero frecuentemente su condición no sólo no desaparece sino que recrudece con el correr del tiempo, por lo que es posible dar con tololas mayores.
La tolola frecuentemente es bella y delgada, aunque ambos atributos distan de ser necesarios y, mucho menos, suficientes. Se trata mayormente de una belleza simple, sin mayor grado de espectacularidad. Una belleza menuda, de rosita rococó rosada.
Desempeña diferentes oficios y profesiones, pero se observa una altísima incidencia de vendedoras de indumentaria (femenina), secretarias (especialmente de contadores y estudios jurídicos) y, ¡horror! maestras jardineras (definidas brillante y cacofónicamente por mi amiga D. como "personas de papel crepé con mentalidad cuadrillé"). Sin embargo, no es extraño encontrarla en cualquier ámbito, incluso ¡horror y medio! camuflada de brillante estudiante universitaria, donde mantiene un altísimo promedio a costa de memorizar grandes tramos de bibliografía, aunque jamás entiende ni jota de los párrafos que repite y suele estar impedida para diferentes formas de pensamiento abstracto.
La tolola tiene un habilidad sobrehumana para camuflarse en presa apetecible para el sexo opuesto, por lo que sólo raramente se encuentra un ejemplar soltero (salvo en los breves períodos experimentales en los que de manera absolutamente voluntaria decide entregarse a un frenesí de libertinaje descafeinado). Su novio es su máxima presea (que gusta de exibir en forma de medallita, anillo o fotito en la billetera, cual cucarda de la sociedad rural) y el eslabón faltante para que logre dar su complejo salto evoluptivo y convertirse en un acabado ejemplar de novia-perrito faldero.
La novia-perrito faldero (en adelante "Pelotudita") desempeña (especialmente en los primeros meses de la relación) el rol de un inadaptada social que no logra interactuar con el entorno más que a través de la solícita ayuda de su novio-lazarillo. Su disposición corporal de aparente indefención le garantiza una cómoda ubicación pegada al flanco de su novio, como si estuvieran unidos por una extensa franja de tejido epitelial.
La "Pelotudita" es muy afecta a las demostraciones desproporcionadas de intimidad en espacios públicos y especialmente con público presente. Gusta de hablarle a su pareja con horrendas vocecillas distorcionadas y apelando los más inmundos apelativos edulcorados, siempre como proemio de un extendido intercambio de fluidos. Los escasos momentos en que su pareja abandona la burbuja de falaz intimidad (en general para desempeñar su rol de proveedor de comida, bebida o buscando satisfacer alguna de sus necesidades básicas) la "Pelotudita" se ocupa de escanear el espacio hasta dar con alguna fémina y clavarle la mirada en una especie de juego perverso de marcación territorial.
Me gustaría poder describirla con un componente más marcadamente humorístico, pero ayer casi me desvanezco en llanto queriendo ejercitar mi nivel habitual de sarcasmo, tras una noche fatídica en la que una "Pelotudita" me primerió por vez número quichicientosmil. ¡Agradezco a mis amigas que me soportaron con estoicismo findesemanil! Y cierro con una recomendación: ¡Mucho cuidado con la "Pelotudita", parece inofensiva pero es un ejemplar harrrrrrrrrrto peligroso!
Bilis, Oh Bilis
Publicado por Isa el 11/26/2007
Etiquetas: Desvarío idiolectal, La Verdad- la Razón y la Justicia, Mi vida es una sit-com
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