Hechizo de tiempo

Como en una mala película de Hallmark. Precisamente así. Hace rato vengo coleccionando indicios dispersos del paso del tiempo, pero una cena de cumpleaños hace unos días se llevó todos los premios. Como en una mala película de Hallmark, estaban todos los actores de mi adolescencia interpretándose a sí mismos, diez años después. Yo estaba sentada en un rincón, mirando la reunión mientras en mi cabeza resonaba "lección que por fín aprendí, cómo cambian las cosas los años".

La imagen era de por sí bastante movilizadora: los que una vez fueron descontrolados buscadores de aventuras, hiperestimulados por la noche, la música, el alcohol, hoy se disputan un lugar en las banquetas y el sillón. Los que una vez atravesaban los fines de semana entre recorridas y conquistas, hoy celebran el sedentarismo y la vida en pareja. Dos casos extremos: por un lado, los flamantes padres, que llegaron cargados de cochecito, mamadera y cartones de leche maternizada Sancor Bebé (y de su precioso bebé, claro); y por otro, una sujeta que conocí cuando ella era una tierna nena de nueve años y que esa noche por primera vez fue una par.

¿Pasó tanto tiempo ya? ¿Cuándo? ¿Cómo? Yo no me di cuenta, no lo sentí. Me siento como Marty McFly recién bajado del DeLorean. No, como Fry, recién descongelado en Futurama. Aunque en realidad hay algo que me preocupa más. ¿Todo ese tiempo también pasó para mí? Sin la cuarta dimensión y los viajes en el tiempo, sin la cámara criogénica, sino con la fuerza arrolladora de diez almanaques, de diez vidas que se llevó el viento. Yo volví a sentarme en un rincón y no me sentí diferente. Pero ahora me pregunto, horrorizada, ¿a dónde va lo que se lleva el viento?

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