El poder de la palabra, una vez más. El libro de McEwan es en sí un homenaje a la arquitectura monumental de la palabra: el delicado equilibrio entre la literatura y la palabra empeñada, entre ficción y realidad. Cómo la ficción puede afectar la realidad. Cómo la realidad siempre supera a la ficción. La película, una adaptación excelente y una excelente película, insiste sobre esa tesis. La traducción va todavía más allá, incluso sin proponérselo.
Comienza por negarle al título la palabra solitaria: Expiación. Quizá porque es una palabra difícil, inusual; quizá porque reclama intertextualidad del catolicismo. No resiste la tentación de comentarla, de forzar su interpretación con una bajada lamentable. "Deseo y pecado", dice, profana, deshonesta. Hay en Expiación deseo y pecado, claro. Pero según un diccionario de sinónimos muy corto de miras. Porque hay ternura, amor, pasión, también lascivia, incluso estupro. Y también mentiras, crímenes, muerte. (Todo Eros y todo Tánatos.) Pero sobre todo, hay culpa, arrepentimiento, penitencia. Eso es expiación, y eso es Expiación. Ni más, ni menos.
De todos modos, la intrusión más flagrante del traduttore tradittore es apenas un detalle, un segundo en la trama, una palabra. Ni más, ni menos. Una palabra indecible que desata la imaginación de una nena de 13 años y con ella, la tragedia. "La peor palabra que puedas pensar", piensa la nena obsesionada con las palabras. Y a partir de allí, lo peor es todo lo que puede pensar.
En el comienzo de la historia, sólo una parejita de enamorados, unas cartas cambiadas y la curiosidad de una nena. Una comedia de enredos. Pero en la carta hay una palabra "incorrecta". Una sola palabra alcanza para cambiar historias, relatos, dos novelas.
No quiero detenerme en la sinopsis, es fácil de encontrar (por otro lado, recomiendo calurosamente el libro y especialmente la película, a pesar de la mentada desconfianza hacia las recomendaciones). Sólo quiero apuntar cómo la fuerza arrolladora de la palabra se pierde en la mojigatería de las traducciones. La palabra del escándalo: cunt, cuatro letras que ameritan el tono admonitorio del diccionario "Is a rude and offensive word which you should avoid using", sólo un modo vulgar de aludir a la vagina. "La peor palabra que puedas pensar", pensó el traductor, y lo primero que se le ocurrió fue... ¡coño! La violencia, la fuerza, el desacato, diluido en un chiste de gallegos...
Yo te ví: Expiación
Publicado por Isa el 2/09/2008
Etiquetas: Consumiendo industria cultural, Desvarío idiolectal
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2 comentarios:
Como llevo tiempo sin comentarios, me voy a extender en uno larguito, con permiso. Primero, no sé qué diccionario será pero esa advertencia acerca de una expresión acerca de que (usted) "debería evitar usar" me ha dejado perplejo. Pero ésa es mi traducción y, quién sabe, el original signifique otra cosa. A eso voy.
Yo tengo mi biblia english-español y viceversa que es el Simon & Schuster's y allí dice brevemente: "cunt [kAnt] s. (vulg.) coño (órgano sexual femenino); concha (Am.)". Aclaremos que Emmanuel Kant no tiene que ver con el tema. El traduttore tradittore sólo tendría dos salidas: la traición o la renuncia (laboral) como le ocurre en cada pasaje de cada texto que traduce.
Sin duda, "coño" resulta para el espectador porteño (y otros) un mal chiste de gallegos: más adecuado hubiera sido "concha". Pero al porteño le sería inconcebible una canción folklórica titulada La concha, excepto si fuese de esa falsa picaresca que se baila con seis fernandos encima. Sin embargo para el venezolano, "concha" no es más grosero, vulgar ni peor de lo que para nosotros sería el "sapo" de Sapo cancionero. Pero debo confesar que me rompe soberanamente las pelotas (balls) la adecuación a la jerga local y ante un "fuck you" prefiero el exótico e impreciso "jódete" a cualquier expresión porteña en boca de un supuesto dealer del Bronx.
Una sola palabra alcanza para cambiar todo. Por eso la gente culta (no yo) estudia idiomas para leer originales y aún así se le pierde mucho, siempre. A lo sumo puede comprender algo pero jamás traducirlo todo. ¿Cómo evitar que la maravillosa "bread and butterfly" de Lewis Carroll sea una absurda "mosca pan y manteca" castellana? ¿Con un absurdo aunque más poético "pan y mariposa"? ¿O inventando otra cosa y, entonces, traicionando el texto de Carroll?
Supongo que todo el problema se resume en la arquitectura monumental de la palabra que, como toda arquitectura monumental, resulta imposible de trasladar de aquí para allá a lo largo y ancho de este mundo actual (casi digo global... pero me atajé justo). Es decir, la culpa no es del traidor sino de la necesaria traición que le da de comer. Es decir, se trata del poder de la palabra, una vez más.
Perdón si me fui al carajo -m. (vulg.) penis; interj. (vulg.) damn, blast it, shit- del tema.
Así estamos.
Qué buen comentario. Yo no leí el libro y la película me pareció muy muy buena. Incluso le puse unos subtítulos que decían "concha".
Me gustó mucho en verdad la película. Casi casi obra de arte.
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